Feliz Navidad Telésforo
Telésforo, así se veía claramente en el pase de conducir que se asomaba por encima de la guantera, Telésforo Cortes, un nombre poco común en nuestros días, la verdad no tengo claro si en algún día fue un nombre común, de hecho ahora que lo pienso, Telésforo no podría haber sido nombre de un niño, y mucho menos de un novio, o de un buen amigo de una chica; cómo podrían llamarlo de cariño ¿Tele?, ¿Foro? o peor aún Telesforito, la sola idea se me hace apenas ridícula. El pase de conducir se veía viejo, era una tarjeta que en algún tiempo debió ser dorada y ahora se veía color margarita marchita, la foto mostraba un Telésforo que desentonaba con su nombre, puesto que en ella se encontraba un hombre sonriente, de melena abultada y de expresión descomplicada, algo así como un Pacho o un Andrés.
Al volante del auto se encontraba un hombre de ceño fruncido, con un poco menos de pelo, a decir verdad, con una cantidad casi mínima de pelo en su cabeza, que dejaba al descubierto una brillante calva que se quemaba con el sol de la tarde en la carretera, que tarareaba mientras movía los dedos siguiendo una famosa melodía de Ravel, vestía un saco de lana café, pantalón caqui, con mocasines de igual manera de un color tierra, calcetines y camisa de color blanco, todo tan impecable que hacían del personaje un perfecto Telésforo, a lo que se le suma un fino detalle de coquetería que también sólo podría ser escogido por un Telésforo colgaba del espejo retrovisor central, se trataba de un pequeño y gordito “Papá Noel” que bailaba cada vez que el auto andaba en curva o subía la velocidad, y es que era víspera de navidad, Telésforo conducía para su sorpresa sobre una carretera vacía, de vuelta a su ciudad natal.
Eran las 3 de la tarde, y si el tráfico seguía siendo casi nulo como ahora, al caer la noche estaría entrando a la ciudad, mucho antes de lo que esperaba, situación que no le trajo alivio sino al contrario le preocupó, casi se podría decir que le molestó la idea, y era comprensible, puesto que Telésforo era un hombre que premeditaba cada movimiento, agendaba hasta el más mínimo evento, como la entrada al baño de 8:00 am a 8:10 am, y la cena de 8:00 pm a 8:45 pm en un día cualquiera, pero como hoy se trataba de navidad, las cosas no estaban bajo su control total, pero sí procuraba calcular tiempos, espacios, distancias y demás para sentirse tranquilo y feliz, la verdad no le desagradaba la festividad, no era tan predecible después de todo, no era un hombre amargado, huraño, o bueno no del todo, su más grande preocupación era el orden, pero el orden lo hacía feliz.
El calor era casi insoportable, el sudor le empapaba la frente, la nariz y los brazos, la música ya no era tarareada, sino apenas escuchada, la velocidad hacía que el Papá Noel tuviera convulsiones, el pavimento se derretía, y ningún carro aparte del que manejaba Telésforo pasaba, mientras el sol se ponía al horizonte, y las puertas de la ciudad se veían a lo lejos. Algunos minutos más de camino, y la noche llegó , tal y como se veía venir, Telésforo no podía ocultar en su cara la molestia que le producía la situación, el reloj marcaba las 7:01 pm, el peaje estaba a apenas a unos cuantos metros y no había ninguna fila para pagarlo, Telésforo Cortes sacó de su bolsillo derecho algunos billetes de pequeño monto y fue allí donde descubrió que la cabina se encontraba vacía, que gracias a la tecnología que a través de un sensor le otorgó el paso, pudo cruzar no sin antes depositar el dinero donde se supone debería recibirlo el trabajador público.
Ante la ausencia de gente a su alrededor Telésforo no había presentado ninguna reacción y es que no se había percatado de su soledad, se encontraba tan sumergido en su molestia por la “sobra” de tiempo más todo lo que representaba ello (llegar más temprano, tal vez ser inoportuno, tener que esperar la llegada de otros, encontrar un tráfico más congestionado de personas que realizaban sus compras por lo tanto más estresante, si llegase más tarde, la gente ya estaría en sus casas en su gran mayoría y no estarían obstruyendo las calles, haciendo ruido, cantando, corriendo, comprando, en fin, todas esas molestias que planeo evitar desde antes). Sólo sintió extrañeza y algo de pánico al darse cuenta que para la víspera donde la entrada a la ciudad se supone que debería estar a reventar no había otra alma que la suya cruzando el peaje, y para colmo la persona que se debería encargar en la cabina de recibir el dinero, no estaba allí, con las manos en el volante y los ojos puestos fijos al frente, mientras los pensamientos pasaban a mil por su cabeza, Telésforo como por inercia siguió su camino recto.
Condujo algunos metros más, hasta que ya pisaba zona metropolitana, alrededor apenas el viento, su radio emitía Chopin, algunos árboles tristemente adornados con luces que no brillaban, la autopista solitaria, en su inmensidad se abría como la mujer que se entrega al amado, era para Telésforo su amante hecha de asfalto, que tan fiel a él sólo permitía en ese instante, en este mundo, en este espacio que él se posara sobre ella, pensó Telésforo quien llevaba algo de poeta raido y romántico en su interior. Solitaria y entera, estaba tragándoselo su ciudad, tan suya como antes, o tal vez ahora más suya ya que no tenía que compartirla con otro que en su terrible egoísmo arrojase una vulgar envoltura de golosina sobre el verde prado, debidamente podado por sus impuestos, o por lo menos los de su familia.
En su rostro duro, se dibujó una sonrisa, ¡cuánta tranquilidad!, cuánto silencio, cuánta calma, qué alegría ser dueño de la autopista, qué alegría las calles vacías, ahora podría conducir sin pensar en el idiota que se cruza el semáforo en rojo, sin ver a los niños imprudentes jugando a un lado de la vía, recordó por un instante el día en que decidió salir de la ciudad, recordó la tarde de hace ya 15 años en la que el impacto de su carro en contra de la espalda de la chica rubia que cayó inconsciente para ser arrollada seguidamente por la llanta delantera derecha que sin compasión derrapó sobre su fértil y virginal torso, arrebatándole de un solo tirón el último aliento a su belleza juvenil. El recuerdo le llenó la boca de saliva espesa, le hizo temblar los dedos que buscaron salida rápida en el botón del radio que se detuvo en Debussy en busca de un sedante musical, mientras que sus dientes bailaban arrítmicos y la mirada se perdía en esa tarde de hace algunos años, para volver después de un rato a un punto fijo luego de pasarse algunas señales de tránsito que para su completa tranquilidad o intranquilidad no fue un error fatal , porque mientras más se adentraba en las calles, estas se hacían más largas, más profundas, oscuras y sobre todo solas, aterrorizantemente solas.
Telésforo se detuvo en una esquina de una reconocida zona comercial que recordaba con asco, jamás fue cómplice del mercado ni de sus estrategias de venta, y mucho menos hizo parte de los núcleos sociales que se aglomeran junto a los centros comerciales a compartir su dinero y su felicidad pagada. Pero sí recordaba las temporadas de su infancia, que ahora que lo pensaba y escudriñaba en su memoria , él también tuvo una infancia, no feliz, no triste, humilde tal vez, pero sobre todo muy infantil, con la inocencia pura bañándolo, cuando era un pequeño acompañó a su madre en varias ocasiones a comprar artículos que siempre consideró innecesarios, recordaba las personas, las risas, la música y para la época de navidad las lucecitas de colores, los grandes árboles artificiales, las risas, los gritos, los cuchicheos. Ahora la esquina que se supone debería rebosar de personas estaba más que desierta, sin enorme árbol, ni angelitos de alambre de luz, esta carencia le llenó el estomago de vacío, si tal cosa es posible, eso era lo que sentía Telésforo, su estomago se convirtió en un globo de aire, o de vacío, que le molestaba en la piel, que le obligaba a apretárselo en busca de algo, recordar ese pequeño Telesforito adormecido por las tonaditas de navidad y las conversaciones alegres de las gentes, le hacía pensar en que el Telésforo actual , testarudo viejo que no escuchaba villancicos que “el noche de paz” lo había cambiado por un “Piano Concierto No. 21 de Mozart” y las personas se había esfumado, dejándolo sólo a él con sus más grandes miedos, su recuerdo y su presente, con él solo, con su sólo existir.
Sus ojos ahora desfilaban rápidamente entre la esquina desolada y el vacío de la otra, guiados por una impaciencia e intranquilidad producidas por el recuerdo y el contraste con la eterna ausencia de vida que estaba experimentando. Sintió ganas de gritar, pero después pensó que tal vez la gente se había aglomerado en el centro para un concierto de beneficencia por una pobre chica rubia y hermosa que había sido arrollada por un hombre distraído y de cabellera larga, o alguna tontería tan frecuente como esta. Así que encendió el carro nuevamente, calló el piano impecable que interpretaba a Mozart, para poder escuchar el silencio, y lo que hubiese más allá de éste. Condujo por cualquier avenida, daba igual si todas en la enorme ciudad se encontraban vacías y cualquier camino conduce a Roma en una metrópoli como la suya, buscaba salir a grandes calles, cruzar por parques y hasta por zonas residenciales, no todo el mundo podía ser tan filántropo en esa ciudad de oídos sordos, alguien debería estar en su casa, o embriagándose en un bar, pero no, todo lugar por pequeño o por grande estaba desolado.
Luego de dar vueltas por ahí, se volvió a detener, tuvo que encender nuevamente el radio para verificar que no se había quedado sordo, ya llevaba tiempo sin escuchar nada, los acordes de un piano le demostraron estremeciéndolo en un escalofrío que su oído no le fallaba, que había venido escuchando todo el camino el desagradable canto del silencio, el eco de la ausencia, la suplica de la soledad, se bajo del auto con un movimiento rápido pretendiendo sorprender a los niños que jugaban al escondite, pero ni lo sigiloso de su actuar le pudo mostrar lo inexistente, era la sombra del desamparo lo que se presentaba transparente ante él, era el total abandono lo que se descubría para él en el parque, era Telésforo y su insoportable aislamiento accidental e incomprensible, los únicos habitantes de las calles. El desespero de la ausencia de personas le obligó al hombre a correr detrás de cualquier punto de observación, tal vez todo era un juego, o un nuevo reality show, buscó las cámaras, leyó cada panfleto y aviso en las paredes que le explicaban lo que pasaba en la ciudad, que alguien por favor parara la ruleta que ya se había mareado, él ya no quería jugar más. Le entró agotamiento físico y se dejo caer sobre sus rodillas que se acomodaron sobre el prado húmedo, porque para colmo la lluvia empezó a hacerle compañía tal vez había sido la única en escuchar sus suplicas. Telésforo dejo que las lágrimas se fueran con la lluvia por la alcantarilla y las siguió , alimentando la idea futurista de ciencia ficción de una ciudad que duerme en las cloacas, sólo para darse cuenta que tal cosa sólo sucede efectivamente en los libros y en la televisión porque al fondo del ducto no había más que oscuridad y podredumbre.
Corrió un poco más por el barrio , timbró en cada casa, se asomó por las ventanas, cortinas y puertas cerradas fueron su respuesta, gritó en busca de alguien, acabó con su aliento al dejar escapar el desespero y el sentimiento de impotencia por su garganta, se sumió en los gemidos de dolor, porque le dolía su situación, le dolía lo desagradecida de su ciudad, la que le vio madurar, la que le vio errar, la que le vio partir y no estuvo allí para su regreso, no quería llegar a casa , al sur , no quería encontrarse con la nada en su propio cuarto, en su lugar, no quería ver al desamparo sentado en su propia mesa, así que se dejo caer en el pavimento mojado y no temió ensuciarse o verse como un loco, porque ya no habían ojos que le juzgaran como en el pasado, sencillamente ya no habría voces que cuchichearan secretos al verlo pasar, ya nadie le cerraría una puerta o le señalaría, así que tras ese pensamiento sonrió pasivamente, casi sin mover los labios, pero sus ojos se secaban de lagrimas y miraban el suelo, encontrándose con su reflejo, con el reflejo de la incomunicación que no era asunto de ahora, pero que en este momento sí pesaba por su presencia.
Pasaron algunas horas ya la media noche se acercaba , y era lo único que llegaba, no se escuchaban pasos ni a lo lejos ni a lo cerca, Telésforo sintió frío y hambre, caminó resignado hacía el auto que le ofreció por un momento una falsa ilusión interpretada por Franz Liszt, entró y de malhumor apagó el radio, ya ahora sí quería ser aconsejado por la lluvia, su reloj de bolsillo que no cesaba en el molesto tic tac, el pequeño Papá Noel con un cascabelito diminuto en la punta del sombrero, y la ausencia de la gente por supuesto, pensó en darse la vuelta y devolverse a su hogar en otro pueblo, pero pensó que serían muchas horas de camino, y debía dormir y alimentarse, así que meditó la idea de irrumpir en cualquier casa cercana pero desistió de ella, jamás haría tal cosa ni aunque fuese el último habitante del mundo tomaría algo que no fuese suyo, así que condujo a su casita de infancia y juventud a donde se suponía se reuniría con su madre y hermanas a compartir la cena y a abrir regalos que no quería y no entregaría.
Se detuvo y lloró la ausencia de sus mujeres, de sus amadas hermanas junto con la de su idolatrada y envejecida madrecita; era demasiado perderlas sin tenerlas desde hace tiempo, cuando logró desprenderse estoicamente del sentimiento y dejo que la razón lo guiase hasta la puerta de su casa en donde posiblemente estuviese una nota para él, que le explicara el desalojamiento masivo de una ciudad entera, caminó buscó las llaves viendo el reloj que marcaba las 12:00, sonrió amargamente como diciéndose “Feliz Navidad Telésforo” , introdujo la llave por la cerradura al mismo tiempo que del otro lado su sobrina la mayor abría impaciente la puerta, seguidamente abalanzándosele encima gritando para toda la familia que se encontraba reunida alrededor de un enorme y brillante árbol de navidad cantando villancicos , que el tío Telésforo ya había llegado, todos al verlos gritaron a coro : ¡Feliz Navidad Telésforo!.
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