miércoles, 5 de enero de 2011

Ejercicios de Cuentista

1. Narrador.

En el siguiente fragmento utilizo únicamente dos tipos de narrador, el homodiegetico y el intradiegetico, realizar un relato en el que se combinaran los tres, me fue imposible, además el heterodiegetico al ser el más común lo excluí del ejercicio.

Y ahí estábamos de nuevo juntas, Alicia esta vez parecía más nerviosa, más recatada, más cubierta, más prevenida, menos ella. Me asustaba su nuevo rostro, y no podía entender qué llevaba puesto; así qué pregunté desafiantemente como sin esperar respuesta, simplemente por romper el silencio si estaba bien, ella me dijo que todo estaba bien, que no me preocupara , y yo no le pude creer, además sus actos incrementaban mi escepticismo, rápidamente encendió un cigarrillo y se lo fumó de casi dos bocanadas, dejándome a mí con la sospecha viva, volví a preguntar pero esta vez no me interesaba su estado, entonces la tomé por el brazo y le dije directamente Alicia, ¿qué te pasó? , tímidamente y con los ojos inundados me respondió:

Fue Martín, siempre es Martín, pero yo ya no te quería contar, siento vergüenza cada vez que pasa, y yo nunca me voy de su lado, me mantengo dentro, es como si algo no me permitiera salir de ahí, y no es lástima ni mucho menos, no vayas tú a creer tal cosa, es diferente, yo ya no sé ni cómo es, pero es diferente, créeme Lola es diferente; y para que lo creas te voy a contar de la última vez; Salíamos del teatro, él había conseguido unos pases para ver una obra que finalmente no entendí, tú bien sabes cómo soy yo para esas cosas, no entiendo nunca bien, pero eso no es lo importante , lo importante vino después, callados mientras yo lo observaba, porque siempre se ve bien callado, él pensaba, yo no sé qué pensaba, pero entornaba los ojitos adelante, y me tomaba la mano duro así como cuando él piensa mientras caminamos, yo no lo quería interrumpir, a él no le gusta que le pregunté cosas , porque al fin y al cabo yo nunca le entiendo lo que me explica, y viene y se exaspera y ahí sí , las cosas se ponen difíciles, Martín se enoja y me golpea; entonces lo dejé callar, pensé en un rato en la obra pero desistí, definitivamente no la entendí, lo miraba de a ratos cuando no cruzábamos una calle sino que caminábamos a nuestras anchas por la acera, lo contemplaba, lo sentía, y fue allí cuando pasó , la noche nos cayó encima tan de golpe que no nos dimos cuenta, yo me fijé ya cuando pasamos por una callecita oscura y no le podía ver bien a él los ojos, pero aún así no me importó, porque en ese momento estaba pasando, yo lo vi todo en sus ojos, ahí estaban todos los días que perdimos y que yo sentía que no habíamos vivido, estaban pasando clariticamente por cada ojo que brillaba como proyectándolos, eran unos días morados y otros azules, vestidos con trajes de verano o bufandas, eran todos los días, y allí estaba yo, como era antes, así como me conociste, tan amarilla como siempre, fumando algo de yerba o comiéndome un trip de cuando en cuando, estaba yo, en sus ojos, y estaba él, y estaban todos, todos mis días de llanto y de risa, mis noches de sueño o de sexo, las tardes de alcohol o de sobriedad, estaban allí en una película para mí, fueron tantos años, que yo ya no me pude despegar, caminamos tanto que nos pasamos de la casa, pero no importa, le dimos la vuelta a la otra parte de la ciudad, ambos hipnotizados, él viendo tal vez desde sus adentros y proyectando para mí toda esa vida que ya no existe , que la dejamos ir entre los dedos, sin verla caer si quiera.

La lluvia llegó y ya entramos a la casa, le serví café e hicimos el amor, como nunca antes. Por eso siento que ya no somos los mismos, no me preguntes más, que ni yo misma entiendo.

2. Personaje.

Los pasos de la edad, dejaban huella en la arena a medida que se le veía dibujar con los pies la orilla del mar. Una barba algo poblada con algunos vistos grises que contrastaban con el negro predominante de su pelo cubierto por una boina que pareciera poder contar muchas historias, juzgando por el leve descolorido y desgastamiento del paño con el que estaba hecha.

La pipa, colgando de los labios finos, las manos en los bolsillos de la gabardina, el olor a naftalina mezclado con tabaco de la bufanda se podría haber percibido si alguien se acercara un poco. El hombre recorría un camino sin destino fijo, como lo hacía todas las tardes al caer el sol de Italia, por la orilla de una pequeña playita en un pueblito colonizado en su gran mayoría por Austria. La mirada de cuando en cuando al frente, otras veces al suelo, buscando la arena intacta que ansiosa espera formar huella, o simplemente hacía la derecha encontrándose con el maravilloso melón, que se zambullía lentamente en el azul infinito.

El hombre de rasgos fuertes, que mostraban un origen probablemente ruso, o tal vez de oriente medio, pero no, sobre todo eran rusos, las líneas de expresión sobre las mejillas marcadas, como dibujadas con cincel, el ceño fruncido, los ojos del misterio, parecieran no tener pupilas, el iris noche se tragaba la mirada; dándole una expresión fría acorde con la tarde. El hombre suspiraba amargamente algunas veces, como recordando o tal vez añorando, un pasado que tuvo que dejar atrás o un futuro que jamás alcanzará.

Caminaba, sobre unas botas de cuero color café, que daban la impresión de ser zapatos para practicar montañismo o dar caminatas por terrenos inhóspitos, lo que confirmaba un poco la teoría sobre su nacionalidad, caminaba por un par de horas , todos los días, cargando la pipa en los labios pero parecía que no fumaba del todo, porque se apagaba al poco tiempo y él en su abstracción interna no lo notaba. Siempre a la orilla del mar, como siguiendo la marca de la inmensidad desconocida que provoca a la explotada tierra conocida, manteniendo la indecisión entre lanzarse al agua o correr hacía la calle paralela a la playa, a veces en medio de esa pelea se detiene, como dando el espacio para recobrar el control de la situación sin dejar que el mundo decida por él, durante esas pequeñas pausas aprovechaba para encender la pipa, y fumar una bocanada, que dejaba salir lentamente como respuesta al cosmos, de su propia decisión.

Jamás nadie le escuchó una sola palabra, tal vez fuese su condición de extranjero que lo retraía del contacto humano con el vecindario, o simplemente prescindía de éste porque su conexión la había entablado consigo mismo, y con su entorno inmenso en ocasiones e insoportablemente reducido en otras, y para qué dedicarse a oír sandeces en lenguas extrañas, cuando el golpear de las olas sobre sus botas le puede brindar el conocimiento que necesita. El hombre seguía su rumbo y justo ahí, antes de llegar al muelle que le da fin a esa playa, en donde es necesario atravesar la arena por completo para pisar las losas de la calle e involucrarse con la gente que se dirige a sus hogares, justo en ese punto en donde rutinariamente, el hombre ruso o rumano , sacaba de su bolsillo interior una cantimplora con lo que debería ser vodka para dar más pistas de su hogar natal, tomaba dos o tres tragos , daba media vuelta en sí mismo, y desdibujaba las huellas labradas de ida, justo esa misma tarde, el hombre sacó su cantimplora, tomó cuatro tragos y volvió sobre sus pasos.

3. Tiempo.

La elipsis temporal la utilizo como recurso del narrador de la historia para que éste se involucre, la historia empieza con una prolepsis, y a través de analepsis se desarrolla toda.

Y ahora que la veo partir sé que se va, y ya no regresará la sombra que se aleja con el pelo alborotado, será la última imagen de Pera, que yo vea, su cara pecosa jamás me sonreirá de frente mucho menos volveré a ver las lagrimas cristalinas llenar esos ojitos verdes de nuevo.

Aunque no sé si fue lo mejor, siempre estuve allí sólo para observar como lo hago ahora, al ver también a Lulo, montando en la bicicleta que Pera le dejó, yendo en dirección contraria, con el viento adherido a su cara . Tal vez sea más doloroso para mí que para ellos dos, el tiempo sí me pasó a mí, pero de manera diferente, tras la ventana el sol no quema y las heridas no duelen, tal vez simplemente me he quedado allí para mirar sin sentir realmente, ya no sé ni cómo empezó ni cuándo pasó realmente sólo recuerdo que sentada viendo los colores del cielo y al sol despedirse en un corazón que se perdía en las montañas, con el iPod adherido a mí la vi pasar en bicicleta con ese vestido de colores y los zapatos rotos, él también jugaba a observarla y con un gesto la llamó , así como un deseo pesca a una estrellita fugaz tras la ventana.

Mientras los veía yo los sentí , en las bocanadas de humo y en el tinto sobre mi paladar.

Pera, como la llamaban por su dulzura. Sí, Pera era la ingenuidad, ella es la chica que le da belleza al sol, con ojitos despiertos, vocecita de nunca callar, neurótica y gritona, ella era una de esas personas que son escasas en esta ciudad pero que sólo Bogotá puede parir. Ignorante de todo, torpe y sonriente. Él: Lulo, para su contradicción era compositor de inexistentes, músico talentoso, dedos de marfil, ingenioso, revolucionario, atento y demasiado atractivo para ser cierto. Una contradicción de almas que sólo puede dar la naturaleza del amor, Pera y Lulo muy frecuentes en los cuentos de hadas.

Lulo se dejó llevar por la fantasía de Pera, amó sus caritas dulces, y sus lágrimas de caprichos. Sonará gracioso, pero él se quedó dentro de ella para entenderla, para ser la canción que ella jamás habría escuchado, el poema que nunca existió. Se quedo dentro de ella para escribir con ella y dibujar días, para entregar todo aquello guardado a ella, Lulo vivió para Pera, para ir a los lugares que jamás habrían ido, para ver atardeceres rosados y naranjas, para coronarla como la princesita de colores.

Cuántas noches la buscó, la cantó, la soñó, encontrando sus sueños en lo más profundo de las pesadillas de ella. Cuántas veces soportó sus indiferencias, sus silencios hablados, las desbordantes oleadas de ignorancia de Pera, cuántas veces intento llamarla con su mente, cuántos gritos e insultos al aire, cuántas veces la aguardó. Yo no entiendo cómo pudo pasar, ya perdí la cuenta de los días de la espera. Lulo hubiera dado todo por contemplarla un sólo instaste, estar ahí cuando hablara sus babosadas, leyera sus libros o pintara lindas mujeres en su cuarto. Tal vez salir un rato, caminar , fumar un cigarrillo juntos, eso hubiese sido suficiente.

Pera, sonreía con las palabras desgastadas que él le regalaba, los recuerdos borrosos, las ilusiones utópicas. Cómo reía de pasión mortal al escuchar su voz en las más tiernas canciones de amor, así deambulaba ella dentro de melodías a medias, historias y varios cuentos. Mientras yo ponía la cortina de humo, y buscaba más allá del cielo azul, algún presagio de la tempestad que se avecinaba, porque creo que desde antes ya lo sentía.

Lulo se quedó a vivir dentro de ella. ¡Se quedó a vivir dentro de ella !, a pensar en ella, a buscar la armonía perfecta que la representará, la letra que dijera los más profundos y escasos pensamientos de Pera, prometiéndoselas mil noches. Lulo se quedo a vivir en Pera, en las arterias del negro corazón de ella, donde los más bajos instintos de su corazón animal tejen de vez en cuando telarañas de besos y sexo. Lulo la deseó en las noches frente al piano , así como en las mañanas en el baño , La recordó en su ser esplendoroso al desnudo bajo la luz tenue de la claraboya del cuarto. Lulo cayó perdidamente en Pera y sólo así se dio cuenta que no la amaba.

Él se dejo llevar por las melodías tristes y los cuentos raros. Se dejó llevar por las letras de Pera. Él se dejó llevar por el tiempo juntos. Él quería que fueran viento, quería que Pera fuese su musa y lo único que encontró fue la noticia de que él no sabía componer y de que Pera era una escritora de ilusiones ridículas y errores de ortografía. Él quería vivir con ella, hacerla dejar su ignorancia, quería que Pera dejará la excentricidad y tener hijos, ocultar el silencio entre el ruido de los autos, tal vez esconder las lagrimas en la neblina…Ser invisibles.

Pero como el camino entre la locura y el amor es tan estrecho, casi como el del amor y la obsesión:

Lulo se volvió loco, lo ensordecieron las canciones tontas, su desquicio animal, sus fantasmas, sus vacíos, sus secretos, sus historias tan fuera de lugar, su risa tonta . No sé, al fin y al cabo como que Pera sí era humana.

La fantasía duró menos que el pestañeo de sus largas pestañas. El deseo se desvaneció más que su piel translucida fantasmal.

Y así simplemente frente a mis ojos se dejaron ir. Dejando a su paso: dos intentos de canciones de Lulo, tres poemas raros de Pera; cuatro cigarrillos acompañados de cinco tazas de tinto, mi estancamiento temporal, por no decir emocional.

4. Espacio

La lluvia no había parado de caer, claro que en ese momento ya no lo hacía con tanta intensidad, ahora sólo el murmullo lejano, y el cosquilleo apenas perceptible, pero antes se había abalanzado en contra de la tierra, como si quisiera unir el firmamento con el mar que estaba creando entre andenes vacíos, el cielo imponía su grandeza a través de la abolición de la luz, y no sólo de la natural, las nubes eran tan pesadas que parecían tocar el suelo, anulando todo destello por más que fuese artificial.

El asfalto reclamaba desde abajo al agua su horrible irrupción en la tierra, en la ciudad sin costa, en la ciudad olvidada, en la pequeña ciudad donde nunca pasa nada, en ese lugar que puede ser cualquiera al que llegue un viajero y quiera irse inmediatamente porque el tedio lo absorbe y de no ser así, se quedaría ahí a vivir, a poblar, el pueblo de nada y de nadie. Construido quién sabe cuándo, por posibles inmigrantes, desterrados, desvalidos y perdidos, este terreno que fue baldío poco se cubrió de cemento, con casas modestas que juntas pegadas al lado de la otra y al frente de la de más allá, formaban callecitas pequeñas, angostas en donde no cabría sino un carro compacto, o máximo tres bicicletas.

La noche se había estancado, y ningún alma habitaba la calle, las alcantarillas rebosaron, pues jamás ni el único ingeniero del lugar previó que la lluvia azotaría de esa manera las murallas invisibles que siempre tuvieron bajo las nubes ; esas gotas congeladas irrumpieron sin avisar de un momento a otro, provocando que las personas se resguardaran, entrando perros y gatos , pelotas y niños, todo objeto que el agua pudiera dañar o molestar fue resguardado bajo techo.

El cielo que primero húmedo, empañó ventanas, e inundó albercas, ahogó plantas , se convirtió en soplo, ese soplo que estremeció los robles gigantes que limitaban la ciudad a lo largo, provocando la caída de las hojas, que como barquitos de papel se condujeron velozmente por las corrientes de los acantilados hacía el centro, hacía la plaza, que no era más que un área común, reducida en tamaño, como todo lo demás, en la que no había palomas ni monumentos, jamás nadie fue tan importante en el lugar como para tener que darle inmortalidad de bronce.

Luego vinieron los rayos, deseosos de destrucción, acabando con el parque, realmente quemando el pasto, pues era de lo único que costaba el parque, no había juegos porque a los niños oriundos, no les interesaba la risa ni el llanto provocado por la competencia y la imaginación, el desastre que se condujo a través del agua, hasta el cementerio que quedaba atrás, destruyendo algunas lapidas sin epitafio, sin nombre porque acá a nadie se tenía que reconocer, bastaba con mirarlo para darse cuenta que no había ninguna razón para querer conocer algo de ese alguien invisible que vestía ordinarias ropas, y miraba sin ver .

Las nubes querían más cercanía, bajaron a investigar, no podían creer lo que las gotas gritaban, esparciéndose por cada calle, entrando por las rendijas de las ventanas, buscando señales de vida, de vida vivida, y querida, poblaron prontamente todo el lugar, dando paso a la penumbra total. Ya sólo se distinguía al caer un trueno el rojo de los techos, y el golpear de las goticas incesantes, casi inaudibles pero molestas, jamás paró, la luz no volvió, los robles se pudrieron, y el pueblo de nada y de nadie desapareció, en la nada y por la culpa de nadie.

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