Galatea: sí vivus. Sí mortŭus.
La ausencia de luz la despertó de la misma manera que el sol cuando pega en la cara de cualquiera en la mañana. Mecánicamente y sin pedir cinco minutos más, Galatea se levantó , apoyando primero una mano y después la otra, el suelo polvoriento no quedo marcado por su peso, ni su cabellara sucia, que era larga y grisácea pero no de mugre, eran los años los que hablaban y el peso de la vida, porque sí, se trata de vida con muerte, y no como se creía antes en la no vida y en la no muerte de estos seres.
Hurgó un poco por la ventana, la noche apenas era joven. Algunos transeúntes pasaban por el frente de su casa, en el centro de la ciudad. Los dedos tamborileaban en contra del vidrio, con las uñas largas, que rasgaban levemente el cristal, estaba impaciente, llevaba ya noches sin comer; una semana más y batiría el record impuesto por ella hace ya 50 años en su ciudad de origen , cuando perdió el respeto y la guerra bélica la obligó a huir hacía el nuevo mundo, hacía la América del Sur, a un país tropical.
Suspiró al recordar esos días donde su ciudad apestaba a sangre podrida, en donde reinaban el ruido de los helicópteros, de las balas y de los soldados; el cual le obligaba a ocultarse en un altillo en el día para poder descansar, y salir en la noche a roer huesos como un perro callejero, porque la podredumbre y el régimen tenían a todo el mundo o muerto o resguardado, Galatea alcanzó a sobrevivir alrededor de un mes en esas precarias condiciones , cuando junto a su marido se embarcó en un viaje que aumentó en tres semanas más el ayuno, que los traería a esta tierra.
Una luz, en la tienda del frente la sacó de su memoria, trayéndola devuelta a su paupérrimo cuarto, sin muebles, más que una vieja biblioteca con todo tipo de libros escritos en alemán o polaco, un vaso junto a una olletica que llenaba con agua de cuando en cuando, y un abrigo, porque aunque no sintiera el frío sobre su piel , éste le ayudaba a ocultarse entre las almas de la noche. Miro hacia el cielo, la noche estaba nublada, y aún faltarían unas cuantas horas para poder salir de cacería, a recoger como nunca antes, no sólo las sobras, ni tampoco el último rastro caliente en la sangre de un desdichado que fue fusilado, no, aquí debía cazar a los drogados que dormitaban bajo un puente, o a un cerdo ebrio que caminara solitario, tal vez a una chica que llorara sola frente a su casa.
Sus piernas que en algún momento esbeltas y agiles, como las de cualquier muchacha europea, le permitieron saltar tejados, correr largas distancias, inclinarse para ocultarse como pantera que acecha en la oscuridad, ahora le temblaban, ya sin resistencia , agacharse era un sueño imposible de realizar. Su velocidad se la tragó la soledad, y el puntual tiempo, que como un recaudador de impuestos toca a la puerta cada noche al despertar, Galatea le tiene que pagar, algo de resistencia, agilidad, agudeza, o fuerza. Los únicos rezagos que estaban casi intactos eran su olfato y sus dientes, aunque de estos últimos aún no estaba segura, hace tanto que no los usaba para matar, que ya no sabía si conservaban el poder, durante las veces más recientes había usado un arma vulgar para quitar la vida, y por el agujero que dejaba ésta al pasar, dejaba correr el líquido tibio para luego hacerlo seguir con ansias, muy rápido, con miedo, casi siempre desperdiciando casi la mitad, por temor a que la atraparan, dejando el cuerpo en el mismo lugar, ya ni siquiera intentaba ocultarlo para no dejar evidencia y conservar su integridad.
Camuflarse entre los ciudadanos era cuestión imposible, no podía parecer una latina más, simplemente por sus rasgos tan arios, aún en la vejez, Galatea, haciendo honor a su nombre, tenía la piel tan blanca que se podía pensar que estaba muerta, de ahí tal vez la creencia de que se tratara de una “no viva”, aunque se debe apuntar que Galatea también durante mucho tiempo creyó que poseía esta cualidad, hay días en los que sueña que así será, que jamás morirá, la idea hace que el sueño se interrumpa de un sobresalto que le estremece todos los huesos causándole un dolor más intenso que lo normal. Que en ocasiones la sume en la tristeza del episodio en donde supo que ella también acabaría en una tumba para siempre, desde que su compañero de caza, su mentor, y su amado dejo este mundo.
Galatea se pone el abrigo, da otro vistazo a la calle, que cada vez está más oscura y vacía, toma algo de agua, insípida, fría, repugnante, que le sirve para salivar un poco, y de alguna manera calmar un poco su ansiedad. El líquido baja por su garganta aferrándose a la piel, como queriéndose agarrar a las amígdalas para no caer, una parte baja derecho en un repentino descuido, provocándole a Galatea un estremecimiento repentino, que le recordó que de agua no se puede vivir; el resto del líquido se queda, entre la boca y la garganta aguardando el rojo y cálido bocado, que espera venga pronto.
Por el poco transito y ruido que alcanza a vislumbrar supone que ha llegado la hora de salir de cacería, al salir de su habitación se percata de cerrar bien la puerta, su barrio está lleno de seres despreciables que no conocen el valor sentimental (el único que puedan tener realmente) de los objetos, y sabe que dos muchachitos adictos serían capaces de llevarse su biblioteca completa, y cambiarla por unos cuantos gramos.
El pasillo está solo, apenas el vigilante duerme en su cabina, tapado con cuatro abrigos, una bufanda y un pasamontañas, aquel obeso con bigote que en su ignorancia la llama la “gringa”, ha sido en muchas noches , suculento postre que se oculta tras el mostrador, su piel endurecida por los trabajos manuales, y pesados en días de escases se ve tan jugosa como la de un adolescente hermoso, ha sido tentación superada con mucha dificultad, pues Galatea sabe que es muy arriesgado atacar a alguien del edificio, vendrían las investigaciones y no es bueno para ya su imagen de huraña y solitaria, un montón de policías irrumpiendo en su habitación, descubriendo la ausencia de muebles y de alimentos.
Con un gesto que quiere simular una pequeña sonrisa, Galatea se despide del celador, sabiendo que él cree que ella irá a orar al convento como es costumbre en el barrio entre las señoras de avanzada edad, quienes como en pleno aquelarre se reúnen en la capilla, a rezar y volver a recitar cincuenta o cien veces el “Ave María”, a la media noche, como invocando su aparición, y encontrando la compañía que no les otorgan sus familiares. Galatea, camina sigilosa, se dirige hacia la carretera, da algunas rondas por el parque, topándose con ebrios y drogadictos, que para su desgracia estaban en grupos, y ya bastante trabajo le cuesta lidiar con uno , como para intentar al igual que en tiempos pasados junto a su esposo, casar a cuatro o cinco, haciendo uso de la fuerza y la agilidad, un amargo suspiro se le escapa, y sigue caminando.
Ya no hay bares ruidosos, ahora está en una zona residencial, ni un alma la acompaña en las calles, la neblina le quita por completo su vista, llena de cataratas ,pero para su suerte el olfato de felino hambriento aún funciona, tal vez no como hace 50 años, pero sí la guía hacia su presa, sus piernas le reclaman el agite y el espacio recorrido, cuando empieza a sentir el dulce olor, de la sangre joven, estará a unos cuantos pasos más si sus cálculos no le fallan, fatigada y lenta se acerca, introduce su mano derecha en el bolsillo del abrigo, busca hasta sentir empuñado, el cuchillo lituano que su marido le dejo, esta vez no será la vulgar navaja que le hurtó a una víctima pasada, en esta ocasión con la carne fresca que se viene, será mejor hacer algún corte fino , pequeño y no mortal , engullirse la sangre rápidamente no es buena idea , cuando se tiene la oportunidad de disfrutar de la agonía, y más si es femenina como le indicaban sus fosas nasales.
Su cena, estaba a la vuelta de la esquina, se trataba de una joven de quince años, que aguardaba frente a una casa, abrigada por completo, de pelo largo y negro, la piel trigueña, la estatura y el peso ideal para la fuerza de Galatea, era una chica promedio de este país, con sus rasgos latinos, pequeña, de ojos grandes, y cuerpo en formación pero que deja ver la voluptuosidad de su raza. Sentada sobre un escalón, parecía que hacía guardia o esperaba algo, la neblina y la abstracción en sí misma, no la alertaron de que era observada, o más bien “olida” a unos cuantos metros.
Galatea, sintió a sus ansias y sentidos excitados, su emoción era tal que sentía que su corazón estallaría, la presión arterial rebosaba los límites, la respiración se agitaba gradualmente, no se podía mover, quedando inmóvil, en la esquina, dando pequeños alaridos de ansiedad, excitación y dolor al tiempo, tan orgásmico era el asunto que se le presentaba confuso, se dejo caer sobre sus rodillas, miró al suelo, trató de contenerse, sentía las contracciones que bajaban desde su garganta, las manos temblaban y su nariz como sabueso se impregnaba cada vez más, ya no era tan sólo dulce, era un olor carnoso, con forma exquisita como perteneciente a una deidad, no a una simple chica, Galatea se quiso apartar, tal vez un vago más esta noche sería suficiente para no sufrir inanición , entendía que los manjares ahora serían otro asunto del pasado, se sentía impotente y frustrada.
Decidida a cazar ripias otra vez esta noche, tratándose de incorporar levantó la mirada, encontrándose de frente con la chica, que la miraba con la satisfacción de haber encontrado lo que estaba buscando, como si fuera Galatea a quien esperaba, Galatea le clavo la mirada pálida de sus ojos azules con película blanca encima, encontrándose con los grandes y profundos ojos negros que por un segundo parecieron destellar y brillar como los ojos felinos, Galatea aún confundida podía atar pequeños cabos, y tratando de comprobar algo que creía tan solo un mito, en sur América también habían vampiros le había dicho su marido, pero jamás se había topado con uno, esta idea la hizo feliz, en su rostro arrugado se dibujó una sonrisa verdadera que le provocó el dolor del entumecimiento, la chica curiosa le devolvió la sonrisa, mostrándole unos hermosos y blancos dientes adiestrados, que brillaban de manera misteriosa. Galatea sabía que el momento había llegado, apretó su mano fuertemente al cuchillo, esperando el momento exacto y deseando profundamente recuperar su agilidad juvenil, la chica movía las puntas de los pies en círculos y estirándole la mano para ayudarla a incorporarse.
Galatea lo dudó un momento, y con la desconfianza mermando, se dejo ayudar, tal vez esta chica la sacaría de su soledad, y después de su Polifemo ya ido, tendría un equipo de cacería, se levantó intentando disimular la fatiga y el dolor, mirándola fijamente, sin apartar los dedos del cuchillo, estudiando a su acompañante que sólo sonreía y no le quitaba los ojos de encima. Se decidió a preguntarle si habían más, y de dónde venían, después de mucho meditar, aflojando su mano, dándole el espacio perfecto para que la joven la examinara por igual , tomó aliento , dejando bajar el resto de agua, y antes de pronunciar una sola sílaba, sintió una gran fuerza que la derribo, la presión en el pecho estalló, la manos pequeñas, cubiertas por lana, la agarraron por los brazos, las piernas de muslos jóvenes y cortas sobre las suyas, el aliento delicioso y cálido, acercándose a su pecho, la mano deslizándose hacía el bolsillo, un grito ahogado, a manera de llamado que provocó una gran emboscada proveniente de la casa en la que la joven hacía guardia, una docena de jóvenes latinos y hermosos salieron al acecho, entregándose al éxtasis de terminar con una de las viejas labradoras de su infortunio.
Después de unos cuantos segundos, los jóvenes se dispersaron dejando en el suelo una navajita vulgar, y entre risas excitadas y sobresaltadas entraron a sus casas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario