miércoles, 5 de enero de 2011

Balbuceos de primer acercamiento a texto filosófico



Arte y Vida

“Voy sobre la pluma como voy sobre mis pies”

Montaigne

El arte como expresión de vida, el arte como vida misma; el arte no como representación de sí mismo sino el arte como sí mismo. Esa es la tesis que se intentará desarrollar a lo largo del siguiente ensayo, valiéndose de citas de Montaigne, Sontag y Deleuze. Tomaremos el arte desde el punto de vista de la escritura principalmente, así que cuando se hable del arte de escribir o de literatura se deberá entender que también es aplicable para cualquier otro arte.

Para abordar el tema en primera medida entenderemos el concepto de arte por el arte que nos plantea Susan Sontag en Contra la interpretación y otros ensayos. Toda obra posee una forma y un contenido, especialmente en literatura, y es allí donde más claramente podemos entender esta disyuntiva. Siendo el contenido la historia o temática que se narra a través del poema, cuento, novela etc. Y la forma la manera en cómo se escribe, el estilo que usa el escritor para llegar al lector, toda estrategia estética que contenga en sí misma elementos de distensión y tensión, que hagan una buena obra de arte, porque en ultimas parafraseando a Julio Cortázar: “Cualquier cosa puede ser un buen tema, pero no todas son buenas formas”. Es decir si hablamos de contenido hablamos de un “qué” y al hablar de una forma hablamos de un “cómo”.

Si entendemos el contenido como un “qué” se tiende a entender que se habla de una representación de una realidad exterior, y no una expresión subjetiva del artista frente al hecho como tal. Bajo este postulado debemos pensar entonces en que lo realmente importante al enfrentarnos con una obra de arte está en apreciar las formas que nos presenta, y sería un buen ejercicio entender al contenido como resultado de la forma, y no tratar de interpretar lo que se “está diciendo ” ya que esto no es un mensaje mimético de una realidad sino una visión personal, es un estilo, un estilo de vida del escritor. Sontag nos lo plantea de la siguiente manera:

En lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte. (Sontag, 27).

La hermenéutica hace del arte un objeto de interpretación, y al tratar de realizar una interpretación se habla de una mimesis que por lógica lleva al lector/espectador a preguntarse qué “realidad” está imitando esta obra. Ese ejercicio de interpretación de una ideología social, cultural, biográfica y el afán por tratar de contextualizar la obra restan peso al estilo que es en sí el artista mismo puesto en su obra. Con esto llegamos al concepto de que la creación que el artista realiza radica en el estilo, siendo este su verdadera firma y no lo que dice.

Cuando se dice que el estilo es el artista mismo puesto en su obra, se habla no del yo , sino de las relaciones que existan, de igual manera yo soy un producto de las relaciones con mi entorno, esto mismo le sucede a la obra de arte, el efecto del estilo son esos encuentros o relaciones, en tanto que el estilo es el arte de los encuentros. Siendo el estilo un producto de relaciones, o encuentros, se habla de que no hay algo en sí mismo, el artista entonces debe poder posicionarse pasivamente ante ese estilo, pues éste no es una mera actividad subjetiva.

Al lograr es pasividad ante su propio estilo el artista tendrá la posibilidad de ver lo que antes no era visible; la obra de arte tiene su poder en cuanto a que se presenta como una posibilidad de aportar al proceso de crearse a sí mismo. Esta idea propone la obra como parte del proceso de auto creación del ser. En este orden de ideas se nos abre un horizonte extenso y nos da la noción de que la creación de sí mismo es un proyecto inacabado. Esto lo plantea claramente Deleuze en “crítica y clínica” :

La literatura se decanta más bien a lo informe, o lo inacabado, como dijo e hizo Gombrowicz. Escribir es un asunto de devenir, siempre inacabado, siempre en curso, y que desborda cualquier materia vivible o vivida. Es un proceso, es decir un paso de Vida que atraviesa lo vivible y lo vivido. (Deleuze, 11).

La vida como proyecto inacabado es una vida saludable (porque busca siempre mejorar, progresar en su reinvención),saludable en el sentido de que esto lleva a liberarse de la identidad en el pensamiento; el buen y verdadero artista libra esa identidad para crear su obra, pero se debe tener en cuenta de que lo que crea el escritor tiene repercusiones sobre la vida, tiene una eficacia directa sobre la vida, porque la obra ofrece ese estilo, estilo que es el devenir del escritor, que “representa la literatura como la enunciación colectiva de un pueblo menor, o de todos los pueblos menores, que sólo encuentran su expresión en y a través del escritor”(Deleuze, 15).

La obra como parte importante del proceso de creación de la vida misma, no llegaría a alcanzar una totalidad, para explicarlo podemos recurrir a la idea de que parafraseando a Hemingway quien dice: si un artista está del todo conforme con su obra debería entonces suicidarse, está idea va muy relacionada con lo que Deleuze expresa: Sucede a veces que se felicita a un escritor, pero él sabe perfectamente que anda muy lejos de haber alcanzado el límite que se había propuesto y que incesantemente se zafa, lejos aún de haber concluido su devenir. Escribir también es devenir otra cosa que escritor. (Deleuze, 17).

Entonces se podría afirmar que la obra hace visible cosas que no se veían antes, y esto se logra a través del estilo, estilo que requiere de una pasividad del artista, y a su vez entonces estos se retroalimentan porque para crear el artista se libera de la identidad y con la creación de su obra también está en proceso de crearse a sí mismo, es por ello que la obra debe ser parte de un proyecto de vida que será siempre inacabado.

Al contemplar también se está creando porque la obra habla por sí sola entendiendo el concepto de arte por el arte y relacionándolo con que la obra es un compuesto que hace aparecer y no que dice algo, es ella la que hace aparecer algo que no tenía voz; ligamos el pensamiento al crear y a su vez a la vida misma, entendiendo que el ejercicio del pensamiento se trata de darse una forma de vida.

Si hablamos de que el crear obra, es crearse a sí mismo, también el contemplar y el pensar es crear tanto en el sentido de hacer arte como en el sentido del devenir de sí mismo. Es allí donde aparece la idea que nos plantea Montaigne de la vida como ejercicio, como examen filosófico del alma, examen que da sentido a la vida.

Hace varios años que soy yo el único objetivo de mis pensamientos, que no analizo y estudio más que mi propia persona; y si estudio otra cosa, es para aplicarla al pronto sobre mí, o mejor dicho, aplicármela a mí, Y no me parece que yerre si, al igual que se hace con otras ciencias incomparablemente menos útiles, participo lo que he aprendido en ésta; a pesar de que no me satisfaga del progreso que en ella he hecho. (Montaigne, 63).

Siendo el examen como arte, en la actividad de creación del arte Montaigne encuentra las claves para vivir , más exactamente a través de la escritura, que para él le orienta en relación a la vida porque es el vivir mismo lo que él examina, es su devenir lo que trata de escribir al igual que la idea planteada por Deleuze, a través de la escritura ensayística, Montaigne habla de las imágenes, imágenes que hacen al autor y no ve al autor como un todo creador, sino es él quien toma de su arte su alimento. Las imágenes son imágenes de sí mismo, pero estas no son una representación mimética sino que crean en sí, una parte de su propio ser. Porque la palabra no es un instrumento de representación es un instrumento de creación. A través de las letras se crea a sí mismo.

Vivir es un arte, vivir de por sí ya es escribir, y escribir es crear, crear vida. Para esto Montaigne en su ensayo “Del Ejercicio ” nos ofrece como ejemplo la inquietud de poder crear la muerte en obra, pero para ello se debe experimentarla y ningún hombre que haya muerto puede volver a intentar crearse ni mucho menos crear obra, pero aún así ya se puede acercar, y él mismo vivió ese acercamiento, además como lo hemos dicho anteriormente si el artista alcanzara la totalidad de su obra ya no habría razón para el devenir de sí mismo. Y al llegar a la muerte se llegaría a ese clímax como artista pero al mismo tiempo se está acabando con la vida misma. Éste es un claro ejemplo de la relación vida y creación del arte, o vicerverza porque ya hemos demostrado que se puede ver de las dos maneras.

Montaigne ve a la escritura como una actividad vital en cuanto es el lugar donde sopesa lo que le conviene en el pensar, en el ejercicio del auto examen, plantea que se debe hacer de la palabra escrita un escenario para el auto examen. Para perfeccionar su arte no hay mejor técnica que el ensayo, y está la clave para ver el pensamiento como terapia como economía de los placeres.

Es entonces donde se ve claramente que la vida misma es arte, pero la vida misma al desprenderse de sí, y encontrarse después en la obra realizada por el estilo, estilo que no es representación mimética y se refiere a las relaciones. El pensar y lograr una posición pasiva frente a la obra, dejar que la obra cree voces, escuchar, y ensayar hacen que se esté en un devenir continuo pero no completo. Y ese examen es el sentido de la vida, el sentido del arte.

Bibliografía

Sontag, Susan. Contra la interpretación y otros ensayos. 1996. Barcelona Editorial: Random House Mondadori (Debols!Llo)

Deleuze, Gilles. Crítica y Clínica., 1996. Editorial Anagrama, Barcelona.

Montaigne, Michael de. Caítulo IV Del Ejercicio.

Cuento: Feliz Navidad Telésforo

Feliz Navidad Telésforo


Telésforo, así se veía claramente en el pase de conducir que se asomaba por encima de la guantera, Telésforo Cortes, un nombre poco común en nuestros días, la verdad no tengo claro si en algún día fue un nombre común, de hecho ahora que lo pienso, Telésforo no podría haber sido nombre de un niño, y mucho menos de un novio, o de un buen amigo de una chica; cómo podrían llamarlo de cariño ¿Tele?, ¿Foro? o peor aún Telesforito, la sola idea se me hace apenas ridícula. El pase de conducir se veía viejo, era una tarjeta que en algún tiempo debió ser dorada y ahora se veía color margarita marchita, la foto mostraba un Telésforo que desentonaba con su nombre, puesto que en ella se encontraba un hombre sonriente, de melena abultada y de expresión descomplicada, algo así como un Pacho o un Andrés.

Al volante del auto se encontraba un hombre de ceño fruncido, con un poco menos de pelo, a decir verdad, con una cantidad casi mínima de pelo en su cabeza, que dejaba al descubierto una brillante calva que se quemaba con el sol de la tarde en la carretera, que tarareaba mientras movía los dedos siguiendo una famosa melodía de Ravel, vestía un saco de lana café, pantalón caqui, con mocasines de igual manera de un color tierra, calcetines y camisa de color blanco, todo tan impecable que hacían del personaje un perfecto Telésforo, a lo que se le suma un fino detalle de coquetería que también sólo podría ser escogido por un Telésforo colgaba del espejo retrovisor central, se trataba de un pequeño y gordito “Papá Noel” que bailaba cada vez que el auto andaba en curva o subía la velocidad, y es que era víspera de navidad, Telésforo conducía para su sorpresa sobre una carretera vacía, de vuelta a su ciudad natal.

Eran las 3 de la tarde, y si el tráfico seguía siendo casi nulo como ahora, al caer la noche estaría entrando a la ciudad, mucho antes de lo que esperaba, situación que no le trajo alivio sino al contrario le preocupó, casi se podría decir que le molestó la idea, y era comprensible, puesto que Telésforo era un hombre que premeditaba cada movimiento, agendaba hasta el más mínimo evento, como la entrada al baño de 8:00 am a 8:10 am, y la cena de 8:00 pm a 8:45 pm en un día cualquiera, pero como hoy se trataba de navidad, las cosas no estaban bajo su control total, pero sí procuraba calcular tiempos, espacios, distancias y demás para sentirse tranquilo y feliz, la verdad no le desagradaba la festividad, no era tan predecible después de todo, no era un hombre amargado, huraño, o bueno no del todo, su más grande preocupación era el orden, pero el orden lo hacía feliz.

El calor era casi insoportable, el sudor le empapaba la frente, la nariz y los brazos, la música ya no era tarareada, sino apenas escuchada, la velocidad hacía que el Papá Noel tuviera convulsiones, el pavimento se derretía, y ningún carro aparte del que manejaba Telésforo pasaba, mientras el sol se ponía al horizonte, y las puertas de la ciudad se veían a lo lejos. Algunos minutos más de camino, y la noche llegó , tal y como se veía venir, Telésforo no podía ocultar en su cara la molestia que le producía la situación, el reloj marcaba las 7:01 pm, el peaje estaba a apenas a unos cuantos metros y no había ninguna fila para pagarlo, Telésforo Cortes sacó de su bolsillo derecho algunos billetes de pequeño monto y fue allí donde descubrió que la cabina se encontraba vacía, que gracias a la tecnología que a través de un sensor le otorgó el paso, pudo cruzar no sin antes depositar el dinero donde se supone debería recibirlo el trabajador público.

Ante la ausencia de gente a su alrededor Telésforo no había presentado ninguna reacción y es que no se había percatado de su soledad, se encontraba tan sumergido en su molestia por la “sobra” de tiempo más todo lo que representaba ello (llegar más temprano, tal vez ser inoportuno, tener que esperar la llegada de otros, encontrar un tráfico más congestionado de personas que realizaban sus compras por lo tanto más estresante, si llegase más tarde, la gente ya estaría en sus casas en su gran mayoría y no estarían obstruyendo las calles, haciendo ruido, cantando, corriendo, comprando, en fin, todas esas molestias que planeo evitar desde antes). Sólo sintió extrañeza y algo de pánico al darse cuenta que para la víspera donde la entrada a la ciudad se supone que debería estar a reventar no había otra alma que la suya cruzando el peaje, y para colmo la persona que se debería encargar en la cabina de recibir el dinero, no estaba allí, con las manos en el volante y los ojos puestos fijos al frente, mientras los pensamientos pasaban a mil por su cabeza, Telésforo como por inercia siguió su camino recto.

Condujo algunos metros más, hasta que ya pisaba zona metropolitana, alrededor apenas el viento, su radio emitía Chopin, algunos árboles tristemente adornados con luces que no brillaban, la autopista solitaria, en su inmensidad se abría como la mujer que se entrega al amado, era para Telésforo su amante hecha de asfalto, que tan fiel a él sólo permitía en ese instante, en este mundo, en este espacio que él se posara sobre ella, pensó Telésforo quien llevaba algo de poeta raido y romántico en su interior. Solitaria y entera, estaba tragándoselo su ciudad, tan suya como antes, o tal vez ahora más suya ya que no tenía que compartirla con otro que en su terrible egoísmo arrojase una vulgar envoltura de golosina sobre el verde prado, debidamente podado por sus impuestos, o por lo menos los de su familia.

En su rostro duro, se dibujó una sonrisa, ¡cuánta tranquilidad!, cuánto silencio, cuánta calma, qué alegría ser dueño de la autopista, qué alegría las calles vacías, ahora podría conducir sin pensar en el idiota que se cruza el semáforo en rojo, sin ver a los niños imprudentes jugando a un lado de la vía, recordó por un instante el día en que decidió salir de la ciudad, recordó la tarde de hace ya 15 años en la que el impacto de su carro en contra de la espalda de la chica rubia que cayó inconsciente para ser arrollada seguidamente por la llanta delantera derecha que sin compasión derrapó sobre su fértil y virginal torso, arrebatándole de un solo tirón el último aliento a su belleza juvenil. El recuerdo le llenó la boca de saliva espesa, le hizo temblar los dedos que buscaron salida rápida en el botón del radio que se detuvo en Debussy en busca de un sedante musical, mientras que sus dientes bailaban arrítmicos y la mirada se perdía en esa tarde de hace algunos años, para volver después de un rato a un punto fijo luego de pasarse algunas señales de tránsito que para su completa tranquilidad o intranquilidad no fue un error fatal , porque mientras más se adentraba en las calles, estas se hacían más largas, más profundas, oscuras y sobre todo solas, aterrorizantemente solas.

Telésforo se detuvo en una esquina de una reconocida zona comercial que recordaba con asco, jamás fue cómplice del mercado ni de sus estrategias de venta, y mucho menos hizo parte de los núcleos sociales que se aglomeran junto a los centros comerciales a compartir su dinero y su felicidad pagada. Pero sí recordaba las temporadas de su infancia, que ahora que lo pensaba y escudriñaba en su memoria , él también tuvo una infancia, no feliz, no triste, humilde tal vez, pero sobre todo muy infantil, con la inocencia pura bañándolo, cuando era un pequeño acompañó a su madre en varias ocasiones a comprar artículos que siempre consideró innecesarios, recordaba las personas, las risas, la música y para la época de navidad las lucecitas de colores, los grandes árboles artificiales, las risas, los gritos, los cuchicheos. Ahora la esquina que se supone debería rebosar de personas estaba más que desierta, sin enorme árbol, ni angelitos de alambre de luz, esta carencia le llenó el estomago de vacío, si tal cosa es posible, eso era lo que sentía Telésforo, su estomago se convirtió en un globo de aire, o de vacío, que le molestaba en la piel, que le obligaba a apretárselo en busca de algo, recordar ese pequeño Telesforito adormecido por las tonaditas de navidad y las conversaciones alegres de las gentes, le hacía pensar en que el Telésforo actual , testarudo viejo que no escuchaba villancicos que “el noche de paz” lo había cambiado por un “Piano Concierto No. 21 de Mozart” y las personas se había esfumado, dejándolo sólo a él con sus más grandes miedos, su recuerdo y su presente, con él solo, con su sólo existir.

Sus ojos ahora desfilaban rápidamente entre la esquina desolada y el vacío de la otra, guiados por una impaciencia e intranquilidad producidas por el recuerdo y el contraste con la eterna ausencia de vida que estaba experimentando. Sintió ganas de gritar, pero después pensó que tal vez la gente se había aglomerado en el centro para un concierto de beneficencia por una pobre chica rubia y hermosa que había sido arrollada por un hombre distraído y de cabellera larga, o alguna tontería tan frecuente como esta. Así que encendió el carro nuevamente, calló el piano impecable que interpretaba a Mozart, para poder escuchar el silencio, y lo que hubiese más allá de éste. Condujo por cualquier avenida, daba igual si todas en la enorme ciudad se encontraban vacías y cualquier camino conduce a Roma en una metrópoli como la suya, buscaba salir a grandes calles, cruzar por parques y hasta por zonas residenciales, no todo el mundo podía ser tan filántropo en esa ciudad de oídos sordos, alguien debería estar en su casa, o embriagándose en un bar, pero no, todo lugar por pequeño o por grande estaba desolado.

Luego de dar vueltas por ahí, se volvió a detener, tuvo que encender nuevamente el radio para verificar que no se había quedado sordo, ya llevaba tiempo sin escuchar nada, los acordes de un piano le demostraron estremeciéndolo en un escalofrío que su oído no le fallaba, que había venido escuchando todo el camino el desagradable canto del silencio, el eco de la ausencia, la suplica de la soledad, se bajo del auto con un movimiento rápido pretendiendo sorprender a los niños que jugaban al escondite, pero ni lo sigiloso de su actuar le pudo mostrar lo inexistente, era la sombra del desamparo lo que se presentaba transparente ante él, era el total abandono lo que se descubría para él en el parque, era Telésforo y su insoportable aislamiento accidental e incomprensible, los únicos habitantes de las calles. El desespero de la ausencia de personas le obligó al hombre a correr detrás de cualquier punto de observación, tal vez todo era un juego, o un nuevo reality show, buscó las cámaras, leyó cada panfleto y aviso en las paredes que le explicaban lo que pasaba en la ciudad, que alguien por favor parara la ruleta que ya se había mareado, él ya no quería jugar más. Le entró agotamiento físico y se dejo caer sobre sus rodillas que se acomodaron sobre el prado húmedo, porque para colmo la lluvia empezó a hacerle compañía tal vez había sido la única en escuchar sus suplicas. Telésforo dejo que las lágrimas se fueran con la lluvia por la alcantarilla y las siguió , alimentando la idea futurista de ciencia ficción de una ciudad que duerme en las cloacas, sólo para darse cuenta que tal cosa sólo sucede efectivamente en los libros y en la televisión porque al fondo del ducto no había más que oscuridad y podredumbre.

Corrió un poco más por el barrio , timbró en cada casa, se asomó por las ventanas, cortinas y puertas cerradas fueron su respuesta, gritó en busca de alguien, acabó con su aliento al dejar escapar el desespero y el sentimiento de impotencia por su garganta, se sumió en los gemidos de dolor, porque le dolía su situación, le dolía lo desagradecida de su ciudad, la que le vio madurar, la que le vio errar, la que le vio partir y no estuvo allí para su regreso, no quería llegar a casa , al sur , no quería encontrarse con la nada en su propio cuarto, en su lugar, no quería ver al desamparo sentado en su propia mesa, así que se dejo caer en el pavimento mojado y no temió ensuciarse o verse como un loco, porque ya no habían ojos que le juzgaran como en el pasado, sencillamente ya no habría voces que cuchichearan secretos al verlo pasar, ya nadie le cerraría una puerta o le señalaría, así que tras ese pensamiento sonrió pasivamente, casi sin mover los labios, pero sus ojos se secaban de lagrimas y miraban el suelo, encontrándose con su reflejo, con el reflejo de la incomunicación que no era asunto de ahora, pero que en este momento sí pesaba por su presencia.

Pasaron algunas horas ya la media noche se acercaba , y era lo único que llegaba, no se escuchaban pasos ni a lo lejos ni a lo cerca, Telésforo sintió frío y hambre, caminó resignado hacía el auto que le ofreció por un momento una falsa ilusión interpretada por Franz Liszt, entró y de malhumor apagó el radio, ya ahora sí quería ser aconsejado por la lluvia, su reloj de bolsillo que no cesaba en el molesto tic tac, el pequeño Papá Noel con un cascabelito diminuto en la punta del sombrero, y la ausencia de la gente por supuesto, pensó en darse la vuelta y devolverse a su hogar en otro pueblo, pero pensó que serían muchas horas de camino, y debía dormir y alimentarse, así que meditó la idea de irrumpir en cualquier casa cercana pero desistió de ella, jamás haría tal cosa ni aunque fuese el último habitante del mundo tomaría algo que no fuese suyo, así que condujo a su casita de infancia y juventud a donde se suponía se reuniría con su madre y hermanas a compartir la cena y a abrir regalos que no quería y no entregaría.

Se detuvo y lloró la ausencia de sus mujeres, de sus amadas hermanas junto con la de su idolatrada y envejecida madrecita; era demasiado perderlas sin tenerlas desde hace tiempo, cuando logró desprenderse estoicamente del sentimiento y dejo que la razón lo guiase hasta la puerta de su casa en donde posiblemente estuviese una nota para él, que le explicara el desalojamiento masivo de una ciudad entera, caminó buscó las llaves viendo el reloj que marcaba las 12:00, sonrió amargamente como diciéndose “Feliz Navidad Telésforo” , introdujo la llave por la cerradura al mismo tiempo que del otro lado su sobrina la mayor abría impaciente la puerta, seguidamente abalanzándosele encima gritando para toda la familia que se encontraba reunida alrededor de un enorme y brillante árbol de navidad cantando villancicos , que el tío Telésforo ya había llegado, todos al verlos gritaron a coro : ¡Feliz Navidad Telésforo!.

Ejercicios de Cuentista

1. Narrador.

En el siguiente fragmento utilizo únicamente dos tipos de narrador, el homodiegetico y el intradiegetico, realizar un relato en el que se combinaran los tres, me fue imposible, además el heterodiegetico al ser el más común lo excluí del ejercicio.

Y ahí estábamos de nuevo juntas, Alicia esta vez parecía más nerviosa, más recatada, más cubierta, más prevenida, menos ella. Me asustaba su nuevo rostro, y no podía entender qué llevaba puesto; así qué pregunté desafiantemente como sin esperar respuesta, simplemente por romper el silencio si estaba bien, ella me dijo que todo estaba bien, que no me preocupara , y yo no le pude creer, además sus actos incrementaban mi escepticismo, rápidamente encendió un cigarrillo y se lo fumó de casi dos bocanadas, dejándome a mí con la sospecha viva, volví a preguntar pero esta vez no me interesaba su estado, entonces la tomé por el brazo y le dije directamente Alicia, ¿qué te pasó? , tímidamente y con los ojos inundados me respondió:

Fue Martín, siempre es Martín, pero yo ya no te quería contar, siento vergüenza cada vez que pasa, y yo nunca me voy de su lado, me mantengo dentro, es como si algo no me permitiera salir de ahí, y no es lástima ni mucho menos, no vayas tú a creer tal cosa, es diferente, yo ya no sé ni cómo es, pero es diferente, créeme Lola es diferente; y para que lo creas te voy a contar de la última vez; Salíamos del teatro, él había conseguido unos pases para ver una obra que finalmente no entendí, tú bien sabes cómo soy yo para esas cosas, no entiendo nunca bien, pero eso no es lo importante , lo importante vino después, callados mientras yo lo observaba, porque siempre se ve bien callado, él pensaba, yo no sé qué pensaba, pero entornaba los ojitos adelante, y me tomaba la mano duro así como cuando él piensa mientras caminamos, yo no lo quería interrumpir, a él no le gusta que le pregunté cosas , porque al fin y al cabo yo nunca le entiendo lo que me explica, y viene y se exaspera y ahí sí , las cosas se ponen difíciles, Martín se enoja y me golpea; entonces lo dejé callar, pensé en un rato en la obra pero desistí, definitivamente no la entendí, lo miraba de a ratos cuando no cruzábamos una calle sino que caminábamos a nuestras anchas por la acera, lo contemplaba, lo sentía, y fue allí cuando pasó , la noche nos cayó encima tan de golpe que no nos dimos cuenta, yo me fijé ya cuando pasamos por una callecita oscura y no le podía ver bien a él los ojos, pero aún así no me importó, porque en ese momento estaba pasando, yo lo vi todo en sus ojos, ahí estaban todos los días que perdimos y que yo sentía que no habíamos vivido, estaban pasando clariticamente por cada ojo que brillaba como proyectándolos, eran unos días morados y otros azules, vestidos con trajes de verano o bufandas, eran todos los días, y allí estaba yo, como era antes, así como me conociste, tan amarilla como siempre, fumando algo de yerba o comiéndome un trip de cuando en cuando, estaba yo, en sus ojos, y estaba él, y estaban todos, todos mis días de llanto y de risa, mis noches de sueño o de sexo, las tardes de alcohol o de sobriedad, estaban allí en una película para mí, fueron tantos años, que yo ya no me pude despegar, caminamos tanto que nos pasamos de la casa, pero no importa, le dimos la vuelta a la otra parte de la ciudad, ambos hipnotizados, él viendo tal vez desde sus adentros y proyectando para mí toda esa vida que ya no existe , que la dejamos ir entre los dedos, sin verla caer si quiera.

La lluvia llegó y ya entramos a la casa, le serví café e hicimos el amor, como nunca antes. Por eso siento que ya no somos los mismos, no me preguntes más, que ni yo misma entiendo.

2. Personaje.

Los pasos de la edad, dejaban huella en la arena a medida que se le veía dibujar con los pies la orilla del mar. Una barba algo poblada con algunos vistos grises que contrastaban con el negro predominante de su pelo cubierto por una boina que pareciera poder contar muchas historias, juzgando por el leve descolorido y desgastamiento del paño con el que estaba hecha.

La pipa, colgando de los labios finos, las manos en los bolsillos de la gabardina, el olor a naftalina mezclado con tabaco de la bufanda se podría haber percibido si alguien se acercara un poco. El hombre recorría un camino sin destino fijo, como lo hacía todas las tardes al caer el sol de Italia, por la orilla de una pequeña playita en un pueblito colonizado en su gran mayoría por Austria. La mirada de cuando en cuando al frente, otras veces al suelo, buscando la arena intacta que ansiosa espera formar huella, o simplemente hacía la derecha encontrándose con el maravilloso melón, que se zambullía lentamente en el azul infinito.

El hombre de rasgos fuertes, que mostraban un origen probablemente ruso, o tal vez de oriente medio, pero no, sobre todo eran rusos, las líneas de expresión sobre las mejillas marcadas, como dibujadas con cincel, el ceño fruncido, los ojos del misterio, parecieran no tener pupilas, el iris noche se tragaba la mirada; dándole una expresión fría acorde con la tarde. El hombre suspiraba amargamente algunas veces, como recordando o tal vez añorando, un pasado que tuvo que dejar atrás o un futuro que jamás alcanzará.

Caminaba, sobre unas botas de cuero color café, que daban la impresión de ser zapatos para practicar montañismo o dar caminatas por terrenos inhóspitos, lo que confirmaba un poco la teoría sobre su nacionalidad, caminaba por un par de horas , todos los días, cargando la pipa en los labios pero parecía que no fumaba del todo, porque se apagaba al poco tiempo y él en su abstracción interna no lo notaba. Siempre a la orilla del mar, como siguiendo la marca de la inmensidad desconocida que provoca a la explotada tierra conocida, manteniendo la indecisión entre lanzarse al agua o correr hacía la calle paralela a la playa, a veces en medio de esa pelea se detiene, como dando el espacio para recobrar el control de la situación sin dejar que el mundo decida por él, durante esas pequeñas pausas aprovechaba para encender la pipa, y fumar una bocanada, que dejaba salir lentamente como respuesta al cosmos, de su propia decisión.

Jamás nadie le escuchó una sola palabra, tal vez fuese su condición de extranjero que lo retraía del contacto humano con el vecindario, o simplemente prescindía de éste porque su conexión la había entablado consigo mismo, y con su entorno inmenso en ocasiones e insoportablemente reducido en otras, y para qué dedicarse a oír sandeces en lenguas extrañas, cuando el golpear de las olas sobre sus botas le puede brindar el conocimiento que necesita. El hombre seguía su rumbo y justo ahí, antes de llegar al muelle que le da fin a esa playa, en donde es necesario atravesar la arena por completo para pisar las losas de la calle e involucrarse con la gente que se dirige a sus hogares, justo en ese punto en donde rutinariamente, el hombre ruso o rumano , sacaba de su bolsillo interior una cantimplora con lo que debería ser vodka para dar más pistas de su hogar natal, tomaba dos o tres tragos , daba media vuelta en sí mismo, y desdibujaba las huellas labradas de ida, justo esa misma tarde, el hombre sacó su cantimplora, tomó cuatro tragos y volvió sobre sus pasos.

3. Tiempo.

La elipsis temporal la utilizo como recurso del narrador de la historia para que éste se involucre, la historia empieza con una prolepsis, y a través de analepsis se desarrolla toda.

Y ahora que la veo partir sé que se va, y ya no regresará la sombra que se aleja con el pelo alborotado, será la última imagen de Pera, que yo vea, su cara pecosa jamás me sonreirá de frente mucho menos volveré a ver las lagrimas cristalinas llenar esos ojitos verdes de nuevo.

Aunque no sé si fue lo mejor, siempre estuve allí sólo para observar como lo hago ahora, al ver también a Lulo, montando en la bicicleta que Pera le dejó, yendo en dirección contraria, con el viento adherido a su cara . Tal vez sea más doloroso para mí que para ellos dos, el tiempo sí me pasó a mí, pero de manera diferente, tras la ventana el sol no quema y las heridas no duelen, tal vez simplemente me he quedado allí para mirar sin sentir realmente, ya no sé ni cómo empezó ni cuándo pasó realmente sólo recuerdo que sentada viendo los colores del cielo y al sol despedirse en un corazón que se perdía en las montañas, con el iPod adherido a mí la vi pasar en bicicleta con ese vestido de colores y los zapatos rotos, él también jugaba a observarla y con un gesto la llamó , así como un deseo pesca a una estrellita fugaz tras la ventana.

Mientras los veía yo los sentí , en las bocanadas de humo y en el tinto sobre mi paladar.

Pera, como la llamaban por su dulzura. Sí, Pera era la ingenuidad, ella es la chica que le da belleza al sol, con ojitos despiertos, vocecita de nunca callar, neurótica y gritona, ella era una de esas personas que son escasas en esta ciudad pero que sólo Bogotá puede parir. Ignorante de todo, torpe y sonriente. Él: Lulo, para su contradicción era compositor de inexistentes, músico talentoso, dedos de marfil, ingenioso, revolucionario, atento y demasiado atractivo para ser cierto. Una contradicción de almas que sólo puede dar la naturaleza del amor, Pera y Lulo muy frecuentes en los cuentos de hadas.

Lulo se dejó llevar por la fantasía de Pera, amó sus caritas dulces, y sus lágrimas de caprichos. Sonará gracioso, pero él se quedó dentro de ella para entenderla, para ser la canción que ella jamás habría escuchado, el poema que nunca existió. Se quedo dentro de ella para escribir con ella y dibujar días, para entregar todo aquello guardado a ella, Lulo vivió para Pera, para ir a los lugares que jamás habrían ido, para ver atardeceres rosados y naranjas, para coronarla como la princesita de colores.

Cuántas noches la buscó, la cantó, la soñó, encontrando sus sueños en lo más profundo de las pesadillas de ella. Cuántas veces soportó sus indiferencias, sus silencios hablados, las desbordantes oleadas de ignorancia de Pera, cuántas veces intento llamarla con su mente, cuántos gritos e insultos al aire, cuántas veces la aguardó. Yo no entiendo cómo pudo pasar, ya perdí la cuenta de los días de la espera. Lulo hubiera dado todo por contemplarla un sólo instaste, estar ahí cuando hablara sus babosadas, leyera sus libros o pintara lindas mujeres en su cuarto. Tal vez salir un rato, caminar , fumar un cigarrillo juntos, eso hubiese sido suficiente.

Pera, sonreía con las palabras desgastadas que él le regalaba, los recuerdos borrosos, las ilusiones utópicas. Cómo reía de pasión mortal al escuchar su voz en las más tiernas canciones de amor, así deambulaba ella dentro de melodías a medias, historias y varios cuentos. Mientras yo ponía la cortina de humo, y buscaba más allá del cielo azul, algún presagio de la tempestad que se avecinaba, porque creo que desde antes ya lo sentía.

Lulo se quedó a vivir dentro de ella. ¡Se quedó a vivir dentro de ella !, a pensar en ella, a buscar la armonía perfecta que la representará, la letra que dijera los más profundos y escasos pensamientos de Pera, prometiéndoselas mil noches. Lulo se quedo a vivir en Pera, en las arterias del negro corazón de ella, donde los más bajos instintos de su corazón animal tejen de vez en cuando telarañas de besos y sexo. Lulo la deseó en las noches frente al piano , así como en las mañanas en el baño , La recordó en su ser esplendoroso al desnudo bajo la luz tenue de la claraboya del cuarto. Lulo cayó perdidamente en Pera y sólo así se dio cuenta que no la amaba.

Él se dejo llevar por las melodías tristes y los cuentos raros. Se dejó llevar por las letras de Pera. Él se dejó llevar por el tiempo juntos. Él quería que fueran viento, quería que Pera fuese su musa y lo único que encontró fue la noticia de que él no sabía componer y de que Pera era una escritora de ilusiones ridículas y errores de ortografía. Él quería vivir con ella, hacerla dejar su ignorancia, quería que Pera dejará la excentricidad y tener hijos, ocultar el silencio entre el ruido de los autos, tal vez esconder las lagrimas en la neblina…Ser invisibles.

Pero como el camino entre la locura y el amor es tan estrecho, casi como el del amor y la obsesión:

Lulo se volvió loco, lo ensordecieron las canciones tontas, su desquicio animal, sus fantasmas, sus vacíos, sus secretos, sus historias tan fuera de lugar, su risa tonta . No sé, al fin y al cabo como que Pera sí era humana.

La fantasía duró menos que el pestañeo de sus largas pestañas. El deseo se desvaneció más que su piel translucida fantasmal.

Y así simplemente frente a mis ojos se dejaron ir. Dejando a su paso: dos intentos de canciones de Lulo, tres poemas raros de Pera; cuatro cigarrillos acompañados de cinco tazas de tinto, mi estancamiento temporal, por no decir emocional.

4. Espacio

La lluvia no había parado de caer, claro que en ese momento ya no lo hacía con tanta intensidad, ahora sólo el murmullo lejano, y el cosquilleo apenas perceptible, pero antes se había abalanzado en contra de la tierra, como si quisiera unir el firmamento con el mar que estaba creando entre andenes vacíos, el cielo imponía su grandeza a través de la abolición de la luz, y no sólo de la natural, las nubes eran tan pesadas que parecían tocar el suelo, anulando todo destello por más que fuese artificial.

El asfalto reclamaba desde abajo al agua su horrible irrupción en la tierra, en la ciudad sin costa, en la ciudad olvidada, en la pequeña ciudad donde nunca pasa nada, en ese lugar que puede ser cualquiera al que llegue un viajero y quiera irse inmediatamente porque el tedio lo absorbe y de no ser así, se quedaría ahí a vivir, a poblar, el pueblo de nada y de nadie. Construido quién sabe cuándo, por posibles inmigrantes, desterrados, desvalidos y perdidos, este terreno que fue baldío poco se cubrió de cemento, con casas modestas que juntas pegadas al lado de la otra y al frente de la de más allá, formaban callecitas pequeñas, angostas en donde no cabría sino un carro compacto, o máximo tres bicicletas.

La noche se había estancado, y ningún alma habitaba la calle, las alcantarillas rebosaron, pues jamás ni el único ingeniero del lugar previó que la lluvia azotaría de esa manera las murallas invisibles que siempre tuvieron bajo las nubes ; esas gotas congeladas irrumpieron sin avisar de un momento a otro, provocando que las personas se resguardaran, entrando perros y gatos , pelotas y niños, todo objeto que el agua pudiera dañar o molestar fue resguardado bajo techo.

El cielo que primero húmedo, empañó ventanas, e inundó albercas, ahogó plantas , se convirtió en soplo, ese soplo que estremeció los robles gigantes que limitaban la ciudad a lo largo, provocando la caída de las hojas, que como barquitos de papel se condujeron velozmente por las corrientes de los acantilados hacía el centro, hacía la plaza, que no era más que un área común, reducida en tamaño, como todo lo demás, en la que no había palomas ni monumentos, jamás nadie fue tan importante en el lugar como para tener que darle inmortalidad de bronce.

Luego vinieron los rayos, deseosos de destrucción, acabando con el parque, realmente quemando el pasto, pues era de lo único que costaba el parque, no había juegos porque a los niños oriundos, no les interesaba la risa ni el llanto provocado por la competencia y la imaginación, el desastre que se condujo a través del agua, hasta el cementerio que quedaba atrás, destruyendo algunas lapidas sin epitafio, sin nombre porque acá a nadie se tenía que reconocer, bastaba con mirarlo para darse cuenta que no había ninguna razón para querer conocer algo de ese alguien invisible que vestía ordinarias ropas, y miraba sin ver .

Las nubes querían más cercanía, bajaron a investigar, no podían creer lo que las gotas gritaban, esparciéndose por cada calle, entrando por las rendijas de las ventanas, buscando señales de vida, de vida vivida, y querida, poblaron prontamente todo el lugar, dando paso a la penumbra total. Ya sólo se distinguía al caer un trueno el rojo de los techos, y el golpear de las goticas incesantes, casi inaudibles pero molestas, jamás paró, la luz no volvió, los robles se pudrieron, y el pueblo de nada y de nadie desapareció, en la nada y por la culpa de nadie.

Cuento: Galatea: sí vivus. Sí mortŭus.

Galatea: vivus. mortŭus.


La ausencia de luz la despertó de la misma manera que el sol cuando pega en la cara de cualquiera en la mañana. Mecánicamente y sin pedir cinco minutos más, Galatea se levantó , apoyando primero una mano y después la otra, el suelo polvoriento no quedo marcado por su peso, ni su cabellara sucia, que era larga y grisácea pero no de mugre, eran los años los que hablaban y el peso de la vida, porque sí, se trata de vida con muerte, y no como se creía antes en la no vida y en la no muerte de estos seres.

Hurgó un poco por la ventana, la noche apenas era joven. Algunos transeúntes pasaban por el frente de su casa, en el centro de la ciudad. Los dedos tamborileaban en contra del vidrio, con las uñas largas, que rasgaban levemente el cristal, estaba impaciente, llevaba ya noches sin comer; una semana más y batiría el record impuesto por ella hace ya 50 años en su ciudad de origen , cuando perdió el respeto y la guerra bélica la obligó a huir hacía el nuevo mundo, hacía la América del Sur, a un país tropical.

Suspiró al recordar esos días donde su ciudad apestaba a sangre podrida, en donde reinaban el ruido de los helicópteros, de las balas y de los soldados; el cual le obligaba a ocultarse en un altillo en el día para poder descansar, y salir en la noche a roer huesos como un perro callejero, porque la podredumbre y el régimen tenían a todo el mundo o muerto o resguardado, Galatea alcanzó a sobrevivir alrededor de un mes en esas precarias condiciones , cuando junto a su marido se embarcó en un viaje que aumentó en tres semanas más el ayuno, que los traería a esta tierra.

Una luz, en la tienda del frente la sacó de su memoria, trayéndola devuelta a su paupérrimo cuarto, sin muebles, más que una vieja biblioteca con todo tipo de libros escritos en alemán o polaco, un vaso junto a una olletica que llenaba con agua de cuando en cuando, y un abrigo, porque aunque no sintiera el frío sobre su piel , éste le ayudaba a ocultarse entre las almas de la noche. Miro hacia el cielo, la noche estaba nublada, y aún faltarían unas cuantas horas para poder salir de cacería, a recoger como nunca antes, no sólo las sobras, ni tampoco el último rastro caliente en la sangre de un desdichado que fue fusilado, no, aquí debía cazar a los drogados que dormitaban bajo un puente, o a un cerdo ebrio que caminara solitario, tal vez a una chica que llorara sola frente a su casa.

Sus piernas que en algún momento esbeltas y agiles, como las de cualquier muchacha europea, le permitieron saltar tejados, correr largas distancias, inclinarse para ocultarse como pantera que acecha en la oscuridad, ahora le temblaban, ya sin resistencia , agacharse era un sueño imposible de realizar. Su velocidad se la tragó la soledad, y el puntual tiempo, que como un recaudador de impuestos toca a la puerta cada noche al despertar, Galatea le tiene que pagar, algo de resistencia, agilidad, agudeza, o fuerza. Los únicos rezagos que estaban casi intactos eran su olfato y sus dientes, aunque de estos últimos aún no estaba segura, hace tanto que no los usaba para matar, que ya no sabía si conservaban el poder, durante las veces más recientes había usado un arma vulgar para quitar la vida, y por el agujero que dejaba ésta al pasar, dejaba correr el líquido tibio para luego hacerlo seguir con ansias, muy rápido, con miedo, casi siempre desperdiciando casi la mitad, por temor a que la atraparan, dejando el cuerpo en el mismo lugar, ya ni siquiera intentaba ocultarlo para no dejar evidencia y conservar su integridad.

Camuflarse entre los ciudadanos era cuestión imposible, no podía parecer una latina más, simplemente por sus rasgos tan arios, aún en la vejez, Galatea, haciendo honor a su nombre, tenía la piel tan blanca que se podía pensar que estaba muerta, de ahí tal vez la creencia de que se tratara de una “no viva”, aunque se debe apuntar que Galatea también durante mucho tiempo creyó que poseía esta cualidad, hay días en los que sueña que así será, que jamás morirá, la idea hace que el sueño se interrumpa de un sobresalto que le estremece todos los huesos causándole un dolor más intenso que lo normal. Que en ocasiones la sume en la tristeza del episodio en donde supo que ella también acabaría en una tumba para siempre, desde que su compañero de caza, su mentor, y su amado dejo este mundo.

Galatea se pone el abrigo, da otro vistazo a la calle, que cada vez está más oscura y vacía, toma algo de agua, insípida, fría, repugnante, que le sirve para salivar un poco, y de alguna manera calmar un poco su ansiedad. El líquido baja por su garganta aferrándose a la piel, como queriéndose agarrar a las amígdalas para no caer, una parte baja derecho en un repentino descuido, provocándole a Galatea un estremecimiento repentino, que le recordó que de agua no se puede vivir; el resto del líquido se queda, entre la boca y la garganta aguardando el rojo y cálido bocado, que espera venga pronto.

Por el poco transito y ruido que alcanza a vislumbrar supone que ha llegado la hora de salir de cacería, al salir de su habitación se percata de cerrar bien la puerta, su barrio está lleno de seres despreciables que no conocen el valor sentimental (el único que puedan tener realmente) de los objetos, y sabe que dos muchachitos adictos serían capaces de llevarse su biblioteca completa, y cambiarla por unos cuantos gramos.

El pasillo está solo, apenas el vigilante duerme en su cabina, tapado con cuatro abrigos, una bufanda y un pasamontañas, aquel obeso con bigote que en su ignorancia la llama la “gringa”, ha sido en muchas noches , suculento postre que se oculta tras el mostrador, su piel endurecida por los trabajos manuales, y pesados en días de escases se ve tan jugosa como la de un adolescente hermoso, ha sido tentación superada con mucha dificultad, pues Galatea sabe que es muy arriesgado atacar a alguien del edificio, vendrían las investigaciones y no es bueno para ya su imagen de huraña y solitaria, un montón de policías irrumpiendo en su habitación, descubriendo la ausencia de muebles y de alimentos.

Con un gesto que quiere simular una pequeña sonrisa, Galatea se despide del celador, sabiendo que él cree que ella irá a orar al convento como es costumbre en el barrio entre las señoras de avanzada edad, quienes como en pleno aquelarre se reúnen en la capilla, a rezar y volver a recitar cincuenta o cien veces el “Ave María”, a la media noche, como invocando su aparición, y encontrando la compañía que no les otorgan sus familiares. Galatea, camina sigilosa, se dirige hacia la carretera, da algunas rondas por el parque, topándose con ebrios y drogadictos, que para su desgracia estaban en grupos, y ya bastante trabajo le cuesta lidiar con uno , como para intentar al igual que en tiempos pasados junto a su esposo, casar a cuatro o cinco, haciendo uso de la fuerza y la agilidad, un amargo suspiro se le escapa, y sigue caminando.

Ya no hay bares ruidosos, ahora está en una zona residencial, ni un alma la acompaña en las calles, la neblina le quita por completo su vista, llena de cataratas ,pero para su suerte el olfato de felino hambriento aún funciona, tal vez no como hace 50 años, pero sí la guía hacia su presa, sus piernas le reclaman el agite y el espacio recorrido, cuando empieza a sentir el dulce olor, de la sangre joven, estará a unos cuantos pasos más si sus cálculos no le fallan, fatigada y lenta se acerca, introduce su mano derecha en el bolsillo del abrigo, busca hasta sentir empuñado, el cuchillo lituano que su marido le dejo, esta vez no será la vulgar navaja que le hurtó a una víctima pasada, en esta ocasión con la carne fresca que se viene, será mejor hacer algún corte fino , pequeño y no mortal , engullirse la sangre rápidamente no es buena idea , cuando se tiene la oportunidad de disfrutar de la agonía, y más si es femenina como le indicaban sus fosas nasales.

Su cena, estaba a la vuelta de la esquina, se trataba de una joven de quince años, que aguardaba frente a una casa, abrigada por completo, de pelo largo y negro, la piel trigueña, la estatura y el peso ideal para la fuerza de Galatea, era una chica promedio de este país, con sus rasgos latinos, pequeña, de ojos grandes, y cuerpo en formación pero que deja ver la voluptuosidad de su raza. Sentada sobre un escalón, parecía que hacía guardia o esperaba algo, la neblina y la abstracción en sí misma, no la alertaron de que era observada, o más bien “olida” a unos cuantos metros.

Galatea, sintió a sus ansias y sentidos excitados, su emoción era tal que sentía que su corazón estallaría, la presión arterial rebosaba los límites, la respiración se agitaba gradualmente, no se podía mover, quedando inmóvil, en la esquina, dando pequeños alaridos de ansiedad, excitación y dolor al tiempo, tan orgásmico era el asunto que se le presentaba confuso, se dejo caer sobre sus rodillas, miró al suelo, trató de contenerse, sentía las contracciones que bajaban desde su garganta, las manos temblaban y su nariz como sabueso se impregnaba cada vez más, ya no era tan sólo dulce, era un olor carnoso, con forma exquisita como perteneciente a una deidad, no a una simple chica, Galatea se quiso apartar, tal vez un vago más esta noche sería suficiente para no sufrir inanición , entendía que los manjares ahora serían otro asunto del pasado, se sentía impotente y frustrada.

Decidida a cazar ripias otra vez esta noche, tratándose de incorporar levantó la mirada, encontrándose de frente con la chica, que la miraba con la satisfacción de haber encontrado lo que estaba buscando, como si fuera Galatea a quien esperaba, Galatea le clavo la mirada pálida de sus ojos azules con película blanca encima, encontrándose con los grandes y profundos ojos negros que por un segundo parecieron destellar y brillar como los ojos felinos, Galatea aún confundida podía atar pequeños cabos, y tratando de comprobar algo que creía tan solo un mito, en sur América también habían vampiros le había dicho su marido, pero jamás se había topado con uno, esta idea la hizo feliz, en su rostro arrugado se dibujó una sonrisa verdadera que le provocó el dolor del entumecimiento, la chica curiosa le devolvió la sonrisa, mostrándole unos hermosos y blancos dientes adiestrados, que brillaban de manera misteriosa. Galatea sabía que el momento había llegado, apretó su mano fuertemente al cuchillo, esperando el momento exacto y deseando profundamente recuperar su agilidad juvenil, la chica movía las puntas de los pies en círculos y estirándole la mano para ayudarla a incorporarse.

Galatea lo dudó un momento, y con la desconfianza mermando, se dejo ayudar, tal vez esta chica la sacaría de su soledad, y después de su Polifemo ya ido, tendría un equipo de cacería, se levantó intentando disimular la fatiga y el dolor, mirándola fijamente, sin apartar los dedos del cuchillo, estudiando a su acompañante que sólo sonreía y no le quitaba los ojos de encima. Se decidió a preguntarle si habían más, y de dónde venían, después de mucho meditar, aflojando su mano, dándole el espacio perfecto para que la joven la examinara por igual , tomó aliento , dejando bajar el resto de agua, y antes de pronunciar una sola sílaba, sintió una gran fuerza que la derribo, la presión en el pecho estalló, la manos pequeñas, cubiertas por lana, la agarraron por los brazos, las piernas de muslos jóvenes y cortas sobre las suyas, el aliento delicioso y cálido, acercándose a su pecho, la mano deslizándose hacía el bolsillo, un grito ahogado, a manera de llamado que provocó una gran emboscada proveniente de la casa en la que la joven hacía guardia, una docena de jóvenes latinos y hermosos salieron al acecho, entregándose al éxtasis de terminar con una de las viejas labradoras de su infortunio.

Después de unos cuantos segundos, los jóvenes se dispersaron dejando en el suelo una navajita vulgar, y entre risas excitadas y sobresaltadas entraron a sus casas.

Cuento: La habitación de Rodrigo

La habitación de Rodrigo.

La Piel

Cuan terrible la vida

De un hombre cuya piel

Nadie toca jamás

Iván Tubay

La primera noche Rodrigo, mientras dormía sintió como una caricia fría sobre su mejilla, que se posó delicada pero rápidamente, helándole hasta las puntas de los pies, ésta lo sobresaltó despertándolo por un segundo, para que se pudiera dar la explicación necesaria. Miró hacía el frente y se encontró con el vacío y la oscuridad característicos de sus noches, pensó que era una corriente de aire o una polilla y se dejo caer en el sueño nuevamente. Al otro día recordó la caricia y le dio en ensueños figura de hermosa mujer, como dándose consuelo, a su timidez excesiva, que ya entrado en la madurez no le había permitido conocer mujer.

En la segunda noche, volvió a sentir la caricia, que lo despertó, nuevamente abrió los ojos, y en la oscuridad absoluta de su habitación, que estaba privada de ventanas, en donde la luz no se cuela bajo ninguna circunstancia, encontró más oscuridad, una oscuridad en la oscuridad que no lo dejaba ver más, pero era como una especie de sombra, si esto es posible, que le tapaba la vista a la penumbra acostumbrada. Rápidamente encendió la lámpara que estaba sobre la mesa de noche, y encontró nada, la volvió a apagar, y de inmediato sintió a los pies de la cama como algo se posaba, de manera delicada y de poco peso, se quedo quieto, a la expectativa de algún movimiento o cualquier otro tipo de manifestación, que no apareció, y sí llegó el peso del sueño. Esa noche siguió durmiendo con la vigilancia de alguien a sus pies. En la noche siguiente tardó un poco en apagar nuevamente la luz, mientras revisaba algunos papeleos, y ya era tarde, por lo que supuso esta vez su imaginación no le jugaría nada, con el cansancio del día, se dejó caer sobre su cama, y al cerrar los ojos y abandonar de a poco la vigilia, percibió ese aroma, aroma como a flores, algo dulce, al principio leve, y después se apodero de su nariz, era el perfume de una mujer de eso no había duda. Los parpados le pesaban lo suficiente como para no poder despegarlos de los bordes de las mejillas, así que se dejo arrullar por el olor, que le ayudó a soñar con la mujer que nunca tuvo, pero que siempre amó, cuando de repente volvió a sentir una caricia, está vez, más lenta, fría, que bajó hasta su cuello, bordeando todo el perfil derecho de su rostro, quiso agarrar al causante, pero lo único que hizo fue atrapar viento helado , que se fugó entre sus dedos.

La caricia, como la llamó, era acogedora aunque helada, era como un presagio de compañía y no sólo esto, ya que llegó anunciada por un agradable aroma femenino, podría tratarse de alguna manera de su propio ser, de una fantasía, que proyectaba el más profundo de sus deseos, y aunque no había logrado ver a su acompañante nocturna, amiga de la oscuridad. Oscuridad que jugaba el papel importante , era tal vez como una concubina de su encuentro, silencioso, a solas, en la intimidad de su pequeña habitación, esta idea, no sin razón le hizo feliz instantáneamente, y aunque era cierto, se encontraba en un estado donde no había una completa lucidez; al amanecer, la idea continuaba dando vueltas en su cabeza, llenándolo de ansiedad, Rodrigo ya sólo quería encontrarse en su cama, dejándose llevar por su sueño, y su sueño hecho realidad, y aunque la idea, no la creería nadie, le daba igual , no hablaba mucho, así que para su tranquilidad y placer sería otro secreto que no se revelaría.

Noche tras noche, Rodrigo apagaba la lámpara y esperaba algunos minutos para que llegara el frío, y con él la sombra, la oscuridad que le proporcionaba caricias, que se daban como el aleteo de una mariposa, o como un cordón de seda, cada vez las caricias se hacían más largas y cubrían más su piel, tomaban la forma de dedos, con uñas largas, eran manos suaves, pequeñas para ser las de un hombre, y aunque Rodrigo no encontraba en ellas familiaridad, ni calor, se le hacía indispensable sentirlas, se encontraba poseído por el deseo de contacto, y con él llegó la necesidad de ver el ser que se las proporcionaba, y a la misma vez la posibilidad de devolverlas, de entregarlas con la intensidad con que las recibía, así que se concentraba en no dormir completamente, porque ella sólo llegaba al momento en que el sueño lo dominaba, Rodrigo , ponía su empeño total en lograr dejar el encantamiento del placer que le producían las caricias, para tomar entre sus brazos la figura, o lograr ver su silueta, que se la imaginaba, con curvas discretas.

Algunas veces el aroma cambiaba en intensidad, a veces era casi imperceptible, pero nunca se había presentado como esta noche, Rodrigo ya no pensaba en otra cosa, abandonó el trabajo, y se encerraba en su habitación durante el día, aprovechando la oscuridad, pero no, no llegaba sino hasta la noche, y esta noche, antes de que Rodrigo cerrara los ojos, se presentó, la figura que se parecía a una sombra, emitió un pequeño rayo de luz, de color verde, que se desprendía del que debería ser el pelo, de una cabellera lacia y larga, Rodrigo apartó el deleite, y se horrorizó, metiéndose entre las mantas, y sacando la mano para encender la luz, como siempre ante la ausencia de la oscuridad, la figura se desvanecía, y aunque así fue, el perfume perduró, se quedó en cada rincón de la habitación, Rodrigo, sintió que había errado, que tal vez en su deseo de compañía había llegado demasiado lejos, aferrándose a una fantasía que se presentaba ahora muy real, no durmió esa noche, sino hasta que llegó el día, la luz duró encendida todo el tiempo, y cuando por fin le pesó el sueño, y era casi medio día, para despertar nuevamente su intranquilidad, las manos se volvieron a posar sobre él, esta vez no intentó abrir los ojos, sólo rogó que se detuviera pronto, y sus suplicas fueron escuchadas, el masaje que recibió fue rápido, tocó todo su rostro, pasando un dedo frío por sus labios, y tocó con ansiedad el resto de su cuerpo, para dejarse perder después de masajear los pies.

Rodrigo, decidió no dormir más, tomó varios medicamentos y durante tres días, las cosas estuvieron bien, mandó a construir una ventana, y trajo rezanderos que embadurnaron de plantas toda la habitación, al caer la noche, la ventana seguía descubierta dándole paso a la luz de la luna, encendió un pebetero y durmió tranquilamente, recuperando el aliento perdido por la falta de sueño y de paso de apetito de los últimos días, parecía que todo retornaría a la normalidad, y así fue, pero para la siguiente noche, después de haber recuperado el sueño, sintió que algo le faltaba , mientras daba vueltas en la cama pensó nuevamente en que así tuviese el pelo verde, la figura era la única presencia femenina a la que él se había entregado , y que ella fielmente no le había abandonado ninguna noche, al contrario parecía que ella le cumplía sus deseos, porque cada vez que él se esforzaba por traerla, llegaba hasta el punto que se hizo visible para él.

Por otro lado estaba la leve sospecha de que no fuese así, que la figura, no se mostrara según los deseos de él, sino que a medida de que Rodrigo le diera oportunidad y se ofreciera, ésta se hiciere más fuerte, esta idea lo atemorizó, y mientras se debatía entre posibilidades, el perfume irrumpió en su nariz, Rodrigo decidió no esconderse, daría la batalla, se deshizo de las sabanas, y con los ojos cerrados descubrió su cuerpo para que su amada, lo tocará, ella lo hizo esta vez, parecía que jugara, se apoderaba de su cuerpo a veces lentamente y otras más rápido, Rodrigo se dejo llevar y en el éxtasis quiso abrazarla , obligando a que se esfumara una vez más entre sus manos, Rodrigo quedo tumbado sin aliento, casi inmóvil, ya no había miedo, ya no había desilusión , en este momento estaba solo el deleite de las caricias, profundas, frías, pero para él. Volvió a dejarse llevar por el cansancio y mientras dormía, fue irrumpido nuevamente, y una vez más, sabía que era inevitablemente complaciente, pero sobre todo inevitable.

A la mañana siguiente, no se pudo levantar, era otro, su cuerpo estaba inservible, el dolor se había apoderado de sus músculos, además de ese malestar físico se sentía desgastado en todos los sentidos, no podía pensar más que en esa presencia, se había apoderado de su cuarto, de su cama, de sus noches, de su cuerpo y hasta de su mente, ya se sentía perdido, no había escapatoria, había hecho lo que había podido, ahora bien si se mudaba, quedaba la posibilidad de que la criatura habitara en su cabeza, así que sencillamente no había salida, entonces Rodrigo decidió que si había de morir así, lo haría, pero entonces lo único que pedía era poder besarla. Pasó la tarde en la cama y la noche llegó a cuestas, al igual que la siguiente y la siguiente, todas las noches traían consigo a su visitante, que ya no necesitaba de la concubina oscuridad, se había liberado de ese yugo , y ahora se presentaba, translucida, mientras Rodrigo dormitaba, a veces como sombra y después en forma de luz, sobre todo después del encuentro con Rodrigo, ya siempre el perfume era fuerte, y su peso se hacía cada vez más perceptible, de pronto era debido a la debilidad del propio hombre, pero se sentía más poderosa, así estuviese en comparación del remedo de ser que se veía “atacado”, siempre le pasaba la mano entre el pelo antes de que llegaran las mañanas, donde Rodrigo quedaba solo, y muy mal de salud, moribundo en su lecho.

Llegó la última noche, cuando sintió entrar el perfume bajo las sabanas, y con él las manos, así que susurró, déjame besarte, escuchando un pequeño gemido, no de excitación, no de emoción humana, sino algo tan irreal que lo frenó en su idea por un instante, pero volvió a ella, cuando un resplandor le obligó a abrir los ojos, y ver ante él, una figura ahora sin forma, era sobre todo una luz verde o azul con blanco , que parecía viento, o nube, que ocupaba toda la habitación, que en un silbido se coló entre sus labios y le permitió a Rodrigo dar el beso que acabaría con su aliento.

Cuento: Los colores del pueblo

Los colores del pueblo.


La tarde caía lentamente como suele pasar en los lugares donde no pasa nada normalmente, y los sucesos más rutinarios de la naturaleza perduran lo suficiente como para contemplarlos con admiración los primeros tres años seguidos, pero que ya después el tedio se les pega , como a este atardecer que parece que el aburrimiento se le colgara de las nubes, y que la costumbre se destiñera en colores mientras el sol se oculta, en el horizonte del valle en el que finalizaba la pequeña aldea, habitada por poco más de 200 personas, todas dedicadas al trabajo en el campo y a la vida simple, pacifica, acalorada, de despertarse temprano y acostarse aún más temprano.

Las casas pequeñas e iguales, construidas por los hombres pobladores, hace algunas décadas, en una de ellas habitaba una familia compuesta por los padres y dos hijas, la mayor de 16 años llamada Gabriela, porque había nacido el 24 de marzo, día de este arcángel santificado y la pequeña de cinco o seis, llamada Fernanda igualmente en honor al día del santo de su nacimiento. Gabriela se encontraba en el patio de su casa, pintando con crayolas el atardecer que desfilaba ante sus ojos, cuando entre sus dedos se poso una mariposa de colores cálidos, que no se movió hasta morir sobre la hoja. Gabriela la levantó de su lecho y le dio cristiana sepultura bajo una florecilla, esta actividad se le llevo todo el día, dejándola agotada para la noche que entro.

Gabriela, esa noche, no pudo conciliar el sueño temprano, sentía una molestia en su ser, pero no sabía qué era, daba vueltas, no encontraba comodidad en su colchón, tampoco la temperatura adecuada, bajo las sabanas hacía mucho calor, y por fuera el frío le helaba la piel. Así que ya entrada la madrugada pudo cerrar los ojos, y su dicha no fue total , a los pocos minutos se despertó agitada, una pesadilla que no lograba recordar le había interrumpido el sueño, pasó una muy mala noche, y tal vez por ello en la mañana ya no tenía ganas de hablar.

Su madre, le dio de comer, pero en vano fue el intento , Gabriela su boca no la movía, ni hablaba, no comía, sencillamente sólo miraba desde el patio al cielo, como preguntándole algo al altísimo. Su madre, obvió el hecho esa tarde, y se dedicó a limpiar la casita ya a atender a la pequeña Fernanda. Durante el largo día Gabriela no se hallaba en sí misma, algo había cambiado en su ser, y no lo entendía, simplemente quería estar en el patio, recibir el sol bajo, ese sol de tarde de lluvia, que tímidamente se deja ver entre las nubes, que mientras la sombra de algunas cubren los techos rojizos, él se deja caer lentamente en forma de rayos tibios, jugando con las sombras que dibujan las nubes más bajas. Gabriela dejaba la piel morena de sus piernas descubierta, ofreciéndoselas al perezoso rayo , que apenas acariciaba suavemente la piel, de la adolescente.

La mañana terminó, la tarde le siguió con horas muertas, el silencio de la gente que tomaba la siesta se escuchaba entre ambos oídos de Gabriela, quien decidió , salir en búsqueda de algún indicio de vida que le motive a salir de sí misma. Mientras caminaba por las callecitas del pueblo descalza, miraba sin rumbo, los ojos orbitaban en un desespero que gradualmente tomó su mente, el sol seguía oculto, y dejo que el peso de las gordas nubes callera en forma de agua, fenómeno que alegró en parte a la gente, la última temporada había sido muy reseca para la tierra que se metía por los ojos, y ensuciaba los vidrios, que se levantaba y bailaba entre las casas con el viento, las mujeres abrieron puertas y ventanas para que el leve rocío airara sus hogares, y mientras lo hacían veían con asombro a Gabriela que se despojaba lentamente de trozos de ropas, y bailaba una danza que no le había sido enseñada.

Los pasos de Gabriela en limpio, eran acompañados de la fuerte lluvia que vino con los minutos, los minutos espesos, y pegajosos. Las personas, que se dedicaron a la dicha de ver llover como hace mucho no lo hacían, se persignaban por cada paso lujurioso de la pequeña, que ya poco de su vestido llevaba, y este trozo envolvía el cuerpo virginal, adolescente, la belleza de Gabriela era tan hecha de barro de la propia aldea, que sus curvas discretas con el agua se amoldaban y dejaban en evidencia la madurez de su seno. Su rostro tarareaba para sí misma, sin susurro, simplemente el movimiento de sus labios gruesos, carnosos, hacían creer que cantaba una melodía, tal vez esa misma que sin alegría bailaba, sus ojos se entrecerraban cuando levantaba la cara, para recibir el milagro del agua, ojos más grandes que los de cualquiera, ojos vidriosos, de un negro pez, de un negro tan profundo que no dejaban en evidencia la diferencia entre el iris y la retina, eran tan grandes e inexpresivos, simplemente llenos de brillo, y si algún día parecieron endemoniados, jamás se los habían visto como ahora, entornados en la nada, cerrando y abriendo las persianas de los parpados , con el sentir al rojo, en la punta de las pestañas.

El pueblo era pequeño, bastaban tres horas para recorrerlo de norte a sur , y un par más para darle la vuelta, Gabriela se tomó seis horas, en bailarlo y cantarlo para sí, con su medio desnudez al descubierto, y los oídos cerrados, bañándose completa más de siete veces, mientras que sus padres preocupados le seguían, buscando explicación, recibiendo de sus coterráneos portazos y agua vendita, agüeros y pésames dolidos. Gabriela, paró después de que el barro ya no dejaba espacio entre sus dedos, se dejo caer, con la cabeza en alto, bajo un enorme roble del valle, arrancó un poco de hierba del prado, sin querer, así como había llegado hasta ahí, viendo el verde entre sus dedos, se dio cuenta que ya era tarde, que la desesperación ya no tenía cabida, apenas un pequeño grito de horror como respuesta a los llamados de sus padres, pudo emitir, horror que se pegó a su garganta por unos segundos, al descubrir que su voz ya no estaba y que la situación era más grave de lo que creía, pues la niña ya se había escapado de ahí, dándole paso a la inexistencia de su ser entero, que agonizaba en infantil recuerdo, viendo la tierra entre los dedos y las matas en las manos, escapándose del cuerpo febril , de caderas pronunciadas, piel tersa, busto provocador, en una risa descontrolada.

Llovió por tres días y tres noches seguidas en el pueblo, y Gabriela no se movió del lugar, ya no durmió y no comió, no habló, no miró más allá de sí misma, que buscaba entre su piel algo de lo que ya no había, y aunque entendía que ya no había nada escondido, ya no había nada que ocultar a sus ojos ni a los de los demás, el dolor de saber que ese cuerpo guardaba el nuevo secreto, que entre sus venas rondaba el mal, que el color de la piel cambiaría, que el pasto era más que verde, y que el agua se resbalaba sin querer tocarla se fundía con el agua de sus ojos sagrados que ya no lloraron diamantes como antes, que simplemente eran lagrimas, sin sal, gotas agigantadas que mojaban el prado bajo sus piernas. El pueblo le observó de lejos, y se trajeron plantas, y hechizos, se conjuraban rezos a los lejos, nadie se acercaba, temiendo ser agredido por la virgen que emitía luz violeta a lo lejos, que con fuerza de arriba del agua o de abajo del pasto, movía el gigante roble con cada sollozo, que hizo al tercer día dibujar en el cielo, el arcoíris más ancho y brillante que jamás se había visto, que en el suelo las vacas surfearon sobre pétalos de margaritas que cayeron al alba, los potreros inundados y los sapos a la cocina.

Gabriela no se enteró de ninguna de esas “bendiciones” que llegaron desde el primer baile, cuando recordaba su maldición lloraba amargamente , y las horas en las que no, escondía su mirada entre las rodillas, avergonzada de la situación que poco comprendía, escuchando murmullos a lo lejos, hablaba sola, se batía entre las ansias de correr, y las de dejarse caer, y ahogarse en el agua de sus ojos. A veces las risas de los niños que le apedreaban a los lejos la ensordecían y la hicieron gritar al cielo “¡No más” “Amarillo no más”! y esto lo repitió durante toda la tarde, que ya no se entretenía en los cambio de colores del tedio, que ya solo quería pasar por encima de Gabriela y observar a la pequeña indiecita con el pasto sin color a sus pies, con las lagrimas a flor de piel, que se pintaban amarillas o verdes según la intensidad del llanto; dándole paso a la luna que se posaba de guardia sobre la cabeza de caballera desteñida, que en algún tiempo fue negra.

Un mes y un día, el pueblo utilizó todo lo posible, desde bendiciones y ofrendas para Gabriela , hasta agresiones, que no pasaban de maldiciones a los lejos y piedrecillas, porque para nadie era un secreto que la chica, tenía poderes en sus labios, en su cuerpo, en sus lagrimas, cuando decidieron traer toda la fuerza de Dios, con el consentimiento de los padres de Gabriela, quienes pagaron con la beatitud de su otra pequeña hija, y no por ellos, sino por el peligro que representaba para Gabriela, el estar así, la gente dejaría de tolerar pronto, y una horda agresiva se habría de formar de no actuar, y la pequeña muchachita tan indefensa no le bastaran los gritos desesperados de dolor para ahuyentar, y así pasó , a las tres de la tarde, el campanario se pronunció, había llegado el momento, el exorcismo sería en la próxima hora nona.